Presupuesto de cuatro pesos, guión de pena ajena, sin vestigios de creatividad, e interpretado por espantosos actores de chichis caídas. Con todo y eso, desde el “Recuérdame” de Gansito Marinela, que una campaña publicitaria no causaba tanto revuelo. Y eso que según yo, los comerciales de Alazraki sólo se ven en Internet, y chance en TDN.
Si algo nos enseñó la tele desde que éramos chiquitos es que sus anuncios dicen puras mentiras. Una vez que compraste el producto, la tienes adentro porque en realidad nunca es como lo pintan. Comparado con los clubes del mundo que verdaderamente pueden definirse como grandes muy grandes, haber ganado 10 títulos en la historia -incluso 14 como dicen tener- no es nada.
La grandeza no es eterna, requiere ser alimentada a través del tiempo. Un equipo es grande cuando compra a los mejores futbolistas disponibles en el mercado, y no al Rodrigo Íñigo de en turno. Un equipo grande no pierde en casa… y menos contra Tecos. Un equipo grande, muy grande espanta a los árbitros… y hay que reconocer que al América ya no le queda ni eso.
La grandeza que se le presupone no es respaldada por sus dueños, ni por sus jugadores. Ni siquiera por sus muchísimos aficionados, divididos entre aquellos que vivieron los tiempos en que las Águilas se limitaban a ejercer su grandeza en la cancha y que hoy lamentan que su equipo sea una caricatura de sí mismo, y los más jóvenes: aferrados al dogma de que “Las Poderosas” son grandes porque sí. Pero quien verdaderamente hace del América el equipo menos chico de México es el fiel y ferviente antiamericanismo.
El mayor mérito del América es que, aunque lleve 20 años siendo un equipo del montón, mantiene intacta la antipatía que toda la vida se le ha profesado. Hagan el siguiente ejercicio: no importa lo mal que esté el América; si juega de visitante, en los análisis previos de cada jornada siempre se hablará de su partido como el mejor del fin de semana. Lo único grande del América es el antiamericanismo.