Para quienes ordenamos nuestras vidas con base en acontecimientos futboleros (en qué Mundial nacieron nuestros hijos, cuál fue la última final que vimos en casa de nuestros padres, quién salió campeón cuando andábamos en la prepa…) el inicio de la civilización ocurrió en 1930, en Uruguay. Lo anterior es prehistoria.
Y en 1930 Catar era un país tan, pero tan pobre que ocupaba el lugar 103 en el ranking mundial de ingreso per cápita. Veinte años después, cuando a Brasil le azotaba la crisis del Maracanazo quedaban ya muy pocos países con menos dinero que Catar, que era el puesto 130 en la tabla de opulencia comandada por Brunei.
Por entonces alguien descubrió que debajo de semejante podredumbre, la península flotaba sobre un océano de oro negro que convirtió a ese pueblo pesquero en un Estado libre de desempleo y pago de impuestos, gracias al petróleo y a las bondades del régimen de esclavitud al que están sometidos sus inmigrantes.
Antes de reparar en las virtudes propagandísticas del futbol, las mayores inversiones de Catar se habían enfocado en la expansión de Al Jazeera, su canal de televisión de línea fundamentalista y el apoyo (encubierto, claro) a organizaciones terroristas.
Catar es desde 2010 el país más rico del mundo y para celebrar semejante acontecimiento le compró el Mundial a sus residentes. El presupuesto para la fiesta Catar 2022 (sin incluir sobornos a FIFA) supera los 200 mil millones de dólares. Sus siguientes pasos en la conquista de occidente fueron comprarse al club de la Torre Eiffel y llegarle al precio al Barça para patrocinar una camiseta que hasta entonces nunca tuvo precio.
Tras esas módicas inversiones, aún faltaba lo primero: descubrir cómo patear un balón. Catar se llevó a Xavi y a un ejército de formadores españoles para desarrollar la Academia Aspire, su espectacular instituto de alto rendimiento. Luego pagó un pase a Conmebol para jugar como «invitado» la Copa América y… antes de que volteemos para enterarnos de dónde, su selección ya es finalista de la Copa Asia, con un futbol espléndido y su portería imbatida en el camino.
La anti romántica historia de Catar comprueba que no hay sueños inalcanzables… solamente los hay caros.