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Frenkie

Pureza en cada movimiento. Naturalidad en cada control, en cada pase. Como si el balón fuera una quinta extremidad de su cuerpo que gestionara a placer y capricho, sin siquiera percatarse de él. Frenkie de Jong no corre tras la pelota; ella, tan lista y rodada, siempre lo busca a él.

Si tuviera un poquito más de cultura, compararía a de Jong con Mikhail Baryshnikov. 

Pero como soy un bárbaro, incapaz de deleitarme con demasiadas expresiones artísticas que no involucren a dos rivales danzando en torno a una pelota, al que en realidad me recuerda Frenkie es a Roger Federer. 

Sobra aclarar que, por mucho éxito que tenga en su carrera, de Jong (a diferencia del suizo) no será el mejor de todos los tiempos en su especialidad. Mi comparación trasciende títulos, victorias, trofeos, estadísticas y demás referencias contables para ahondar en lo meramente abstracto: la sencillez de su juego. 

Tras haber fichado a futbolistas tan contraculturales como Paulinho, Dembelé, Vidal o Boateng; el FC Barcelona no ha comprado a un mediocampista holandés de 21 años formado en el Ajax. Su adquisición es puro simbolismo: el Barça, más que al jugador de moda, se ha llevado al elegido para salvaguardar la quintaesencia del futbol que abandera el club y que, con el éxodo de Xavi e Iniesta amenaza con evaporarse; y más, ante la aproximación del fin de guardia de Busquets y el apocalipsis post Messi que el cambio climático avecina.

Se espera pues que Frenkie de Jong recupere la identidad neerlandesa a la que siempre estuvo ligado el Barcelona. Que piense como Xavi, que invente como Iniesta, que ejecute como Busquets y que le caiga bien a Messi. Las expectativas son tan elevadas que se hace difícil justificarlas, ya no hablemos de satisfacerlas.

Lo único que pude garantizar de Jong es arte del bello. Y al Barça, que tanto se vanagloria de su buen gusto, el arte solo le agrada si genera títulos.