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El mocha orejas

Es mala idea estar en deuda con un poderoso multimillonario. Peor aún si éste es el estereotipo del gánster ruso. Y a Roman Abramovich se la deben. Le adeudan un par de orejas. A punto estuvo de cortarlas en 2009, pero entonces el Barcelona metió las manos para detenerlo.

Tan pronto como adquirió al Chelsea, su equipo coincidió en semifinales con Monaco, Porto y Deportivo. Ganar la Champions era asunto de ahora o nunca… y ahora no fue. Inmediatamente volvió dos veces a semifinales, pero en ambas lo cachó papá Liverpool saliendo de casa sin permiso y lo obligó a volver a la isla, porque Europa es sólo suya.

Vito Corleone, como todo mafioso de respeto no creía en accidentes, pero Abramovich experimentó uno en carne y casa propia cuando en la Final de Moscú, John Terry sufrió la desventura de resbalarse en el instante y lugar menos adecuados de todos los tiempos.

Llegó Ancelotti, con una fórmula similar a la desarrollada por Grant, Felipao, Hiddink y Mourinho. Al estilo Chelsea lo ganó todo en Inglaterra pero como los demás, fue incapaz de conseguir las orejas que le encargó su Don. Entonces, el Chelsea cambió drásticamente el perfil del alquimista: sacrificó fuerza y contundencia para ganar en atractivo y elegancia. Con la pócima de Villas-Boas, el príncipe se convirtió en sapo.

Pusieron entonces a dirigir al primero que pasaba por ahí… y ahí la lleva. Chelsea es el único sobreviviente inglés en competiciones europeas, y a trancas y barrancas estará en semifinales de Champions por sexta ocasión en nueve años. Con la diferencia de que esta vez va montado sin presión sobre caballo negro. Un equino que, como el de Troya, esconde soldados entrenados para vencer al mismísimo Barcelona. Su mejor arma: esa peligrosa sustancia que sólo se libera cuando sentimientos de rencor e injusticia convergen contra el rival de enfrente.

El Chelsea es un equipazo con noveles como Mata, David Luiz, Ramires o Sturridge; con patriarcas del calibre de Terry, Lampard, Cech o Drogba. Y hasta tiene al niño Torres por si algún día se le aparece la musa para arrancarle el disfraz de sapo. ¿Quién quita y esa copa tan esquiva cae justo cuando nadie la espera?