Y en Japón el América no pudo dejar de ser lo que es: un Pachuca, un Monterrey, un Cruz Azul más de la vida. Otro club mexicano que dio las nylons antes aún de que el planeta pusiera atención en el Mundial de Clubes. Los africanos ya evitaron un par de veces que la final del mundialito fuera la Copa Intercontinental de toda la vida; México y Concacaf, siempre con la realidad hundida por debajo de las expectativas, apenas arrancaron dos terceros lugares en la historia.
Una cosa es sentirse grande y otra distinta serlo. América perdió una oportunidad única de avisarle al mundo, no hablemos de su grandeza, sino de su simple existencia. Pero los chinos, no contentos con golear en la industria de la confección, ya se adelantaron hasta en fabricar ilusiones. Robinho y Scolari tendrían que estar robando en el América, en lugar de Darwin y Ambriz. Si vas a dejar que te vean la cara, al menos procura estar en manos de profesionales del engaño. Pero ni por esas.
Un equipo grande compra a los mejores futbolistas disponibles; no a los Mares, Güemez o Arroyo que nomás iban pasando por ahí. A un equipo grande su estadio no le queda grande. Un equipo grande no se atreve a perder más de dos veces al año en casa. Un equipo grande deslumbra a los árbitros con la camiseta… y convengamos que al América ya ni eso le queda. Ciertamente por palmarés se trata del equipo menos chico de México. Aunque comparado con los clubes verdaderamente grandes alrededor del mundo, sus 12 títulos de liga sean una miseria.
La categoría que se le supone no es respaldada por sus dueños, ni por esos jugadores que han fundado en El Nido su grotesca versión del Club de la Pelea. Ni siquiera por sus millones de aficionados, divididos entre aquellos eternos inconformes que añoran los tiempos en que las Águilas realmente ejercían su grandeza en la cancha; y los más jóvenes, aferrados al dogma de que “Las Poderosas” son grandes nomás porque sí.
El gran mérito del club es que, aunque lleve 25 años siendo un equipo del montón, con momentos buenos y malos como todos, ha logrado mantener su antipatía intacta. Tres cuartos de nuestra población se levantó contenta el domingo tras la victoria de los chinos. Allá afuera nadie se entero de que la derrota del equipo mexicano era una noticia.