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El síndrome de Huicho Domínguez

«Haber tetos es el primer partido que 

perdemos después de 7 y es amistoso 

y sólo fue por un gol #Estupidos»

-Lady Pioja- 

El tercer día de junio antepasado comenzó el final. Mishelle Herrera decidió levantarse en armas (el arsenal de las redes sociales abastece a cualquiera) para defender a su padre de las críticas. Fue la primera piedra en la tumba de su papá. Un lustro atrás los vástagos de los entrenadores de la selección no tenían al alcance ningún foro que les convirtiera en personajes públicos. Ahora sí, y las consecuencias están a la vista.

Miguel Herrera supo empacharse como nadie con las frívolas mieles que ofrecen las redes sociales: rompió récord de selfies, posteó fotos con sus ídolos, hasta se ganó una lanita del Partido Verde… y acabó pagando la factura de esa perversa fábrica de rompimientos, despidos y divorcios cuando ajustó al Martinoli dizque por meterse con su hija.

El Piojo ni siquiera tenía Twitter antes de sacarse la lotería. Trescientos sesenta y cinco días antes de Brasil 2014 no se habría visto dirigiendo a la selección en el Mundial ni bajo efecto del peyote. De pronto rodaron las cabezas de Chepo, Tena y Vucetich una tras de otra y de la nada, el técnico que no perdió todas sus finales nomás porque dios es anticruzazulino, tan solo tenía que vencer a una Nueva Zelanda plagada de lesiones. Miguel Herrera dejó de ser pobre a principios de los ’90 cuando era figura del Atlante, pero ni como entrenador del América había experimentado semejante fama. Despilfarró en exposición pública y cual Huicho Domínguez, el Premio Mayor se le escurrió pronto entre las manos.

Los 21 meses en que se adueñó de la silla más caliente del país (ojalá el asiento presidencial quemara tanto y así no tendríamos que esperar seis años para desalojarlo) estuvieron marcados por la imprudencia. Mientras los resultados le acompañaron, sus excesos (comerciales, celebraciones, declaraciones…) fueron tolerados y hasta aplaudidos. Al primer descalabro todo se le volteó y no tuvo criterio para remediarlo.

Martinoli habla como habla porque es osado y audaz, pero también porque se sabe inmune. A pocos se les escapa en este país que la selección es propiedad de Televisa y TV Azteca; y no hace falta un doctorado en sentido común para intuir que embestir al comentarista estrella de uno de los patrones ha de costarte la chamba de tus sueños. Grande es su desdicha: esta vez ni siquiera puede echarle la culpa al árbitro.