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El tesoro que no valoramos

Peña tenía razón: ningún Chile nos embona. Nos quejamos de la vergonzosa distancia imperante entre los clubes grandes y el resto, y de la resultante disparidad de fuerzas que tanto aburre. Pero cuando un club pequeño o mediano logra retener un añito más a su figura, nos irritamos: ¿en qué diablos está pensando el jugador que no se larga a un equipo más importante? Fomentamos el desmantelamiento de los que compiten con menos y luego nos quejamos de la previsibilidad de las competencias.

Esas ligas tan predecibles que siempre ganan los mismos, paran de vez en cuando a mitad de la competencia. Esta interrupción a la que llaman fecha FIFA nos hace perder los estribos cuatro o cinco veces al año. La alternativa no nos gusta: algunos la miramos con desdén, el resto aprovecha para deleitar a su pareja al grito de: “Vieja, ¡hay que hacer algo este domingo!”.

¿Tan difícil es darnos cuenta de que en el futbol de selecciones está justo lo que tanto pedimos? Las competencias entre selecciones nacionales ofrecen la equidad y el respeto a la tradición extraviada para siempre por el futbol moderno que odiamos hasta la eternidad. Estrella Roja, Steaua Bucarest o Celtic están condenados a nunca más asomar la cabeza en Champions League; las selecciones de Croacia, Portugal o Bélgica en cambio, sí que compiten al nivel que lo harían Dinamo Zagreb, Benfica o Anderlecht si la maldita economía no les asfixiara.

La explicación por la cual el futbol de selecciones es más equitativo y a la vez menos atractivo es sencilla: entre 12 o 15 clubes se reparten a todos los cracks del mundo, mientras estos mismos se dispersan entre 210 selecciones. Además, mientras los entrenadores de club tienen todo el año para transmitir a sus jugadores su modelo de juego; los de selección deben recurrir a estrategias mucho menos elaborados porque no disponen de tiempo para ponerse exquisitos. Por ende, el nivel que ofrece el futbol de selecciones es menos sofisticado.

En el siglo pasado, antes de que la Ley Bosman sacudiera por los aires el límite de extranjeros en las ligas europeas, el futbol de selecciones era la única oportunidad de ver Dream Teams con estrellas de varios clubes jugando por fin juntas. Hoy, sin las trabas de antaño, Real Madrid, Barcelona, Manchester City, PSG, Juventus, Bayern, Liverpool, Chelsea, Manchester United, Inter… todos forman sus Dream Teams particulares.

Además, hubo una época en que el futbol de selecciones era una imperdible oportunidad para descubrir estrellas desconocidas. Ahora todo el pescado está vendido y hasta las más jóvenes promesas llevan años en el aparador, a la vista de cualquier aficionado con streaming o cable.

Y eso nos lleva a lo más entrañable del futbol de selecciones: no existe mercado de fichajes. ¿Te falta lateral izquierdo? No hay forma de sacar a Antonio Davies de Canadá, ni a Andy Robertson de Escocia, por más que jueguen en equipos chicos que en otra esfera serían incapaces de retenerlos. ¿No tienes portero? No puedes arrebatar a Keylor Navas de Costa Rica, ni a Jan Oblak de Eslovenia. Te jodes y lo sacas de tu cantera. ¿Quieres fichar a una estrella que ilusione a la afición? Nada de transferencias: Mané se queda en Senegal, nadie puede quitarle a Egipto a Salah, ni reclutar a Haaland de Noruega, liberar a Heung-min Son de Corea o zafar de Polonia a Lewandowski. Suena a utopía, pero es real.

Es cierto que en un mundo aún mejor Sterling, Aarons y Holgate jugarían con Jamaica; Badiashile, Lukaku, Mukiele, Tielemans, Ikone, Lukebakio, Ndombele, Zakaria, Nkunku, Kimpembe y Wan-Bissaka en República Democrática del Congo; Ansu Fati, Danilo Pereira y Upamecano para Guinea Bissau; Kante, Plea, Sissoko, Moussa Dembelé y Moussa Diaby con Malí; Bergwijn, van Dijk, Wijnaldum, Kluivert, Promes y Stengs para Surinam; Martial, Coman, Marcus Thuram, Lemar, Saint Maximin y Lacazette en Guadalupe; Depay, Iñaki Williams y Hudson Odoi con Ghana.

Lo mejor del asunto es que la distribución de talento no obedece a probabilidades de índole demográfico. Y no valoramos lo fascinante que esto resulta. Los países con más gente suelen tener a las peores selecciones (China, India, Pakistán, Indonesia y hasta hace muy poco Estados Unidos). En contraste, países minúsculos y perdidos en un pedacito de tierra son temibles (Uruguay, Islandia, Croacia, Dinamarca…)

El futbol de selecciones es democrático. No importa cuan pobres sean Brasil, Argentina, Uruguay, Senegal, Argelia o Colombia… sus representativos presumen la fuerza de la que carecen como naciones en el mundo real.

Por si fuera insuficiente, en un futbol hiper comercializado, nadie se toma la molestia de sorprenderse de que a estas alturas del juego la codiciosa FIFA siga fiel a su postura de mantener inmaculadas de publicidad las camisetas de las selecciones nacionales, renunciando a miles de millones de dólares. El romanticismo que anhelamos se pasea cada parón internacional delante de nuestras narices y no nos enteramos.