Es que no somos altos como los alemanes. Es que los africanos son demasiado fuertes. Es que jamás tendremos la personalidad de los italianos, el talento de los brasileños o la mentalidad de los argentinos. Ja. El mito genético que nos acomplejó a generaciones enteras ha sido exitosamente refutado. Un éxito puede ser casualidad, dos veces resultará una mezcla de buen trabajo con buena suerte. Pero la tercera final en ocho años no deja lugar a dudas: da igual si es en Arabia, en Machu Picchu o en el Coloso de Santa Úrsula, los mexicanos nacimos para jugar al futbol. Visto lo visto, lo llevamos en los genes.
No tememos a los penales, más bien los anhelamos porque son benditos. La adversidad nos hace fuertes. Nos burlamos de las cábalas iniciando religiosamente con el pie izquierdo, sabedores de que al final ganaremos con la pura camiseta. Nos salvan los postes, alternamos increíbles goles con paradones imposibles y los árbitros soplan a nuestro favor, como le corresponde a todo equipo grande.
La suerte nos ve a la cara, son los técnicos rivales los que erran los cambios, las piernas de enfrente son las que tiemblan a la hora de la verdad, las lágrimas de los otros riegan el campo. Nos envidian. Argentina y Brasil nos hacen los mandados; Estados Unidos pobre, ni siquiera existe. No es el mundo al revés, sino la realidad a escala sub 17.
Otro asunto es la fecha de caducidad de nuestros hoy prometedores futbolistas, que parece inevitable, se echarán a perder a la hora de caer en las manotas de Vergaras que apurarán la cosecha antes de tiempo o por el contrario, se encuentren al Tuca en turno que les dejará fermentarse, no vaya a ser que por prestarles cuidado, el equipo pierda un puntito que los deje fuera de una liguilla molera más.
Familias que hipotecan todas sus plegarias en su talento y comentaristas que no nos cansaremos de echarles en cara sus fracasos tampoco seremos fáciles de eludir para el descarado Wbías, el ñero Terán, el goleador Ochoa o el crack Díaz en su camino hacia el demencial futbol adulto que pronto los transformará en unos inútiles. Como nosotros los mayores.