Ningún equipo de Europa puede pagarles tanto. No a ellos. En diez palabras se zanja el acalorado debate sobre el fenómeno de la migración de los mejores futbolistas mexicanos hacia la tranquila y tropical MLS. Sin embargo, para que esta columna cuente con medidas reglamentarias; discúlpenme, pero he de continuar.
Jonathan y Carlos, así como Giovani, son chicos que han vivido la mitad de sus vidas lejos de su país. Puede que estén lejos de ser veteranos, pero ya vivieron bastantes aventuras fuera de casa. Los Ángeles les ofrece lo mejor de ambos mundos: les acerca a su cultura y a su gente, sin sacrificar un ápice de su seguridad y calidad de vida. La decisión, desde el punto de vista humano, es brillante. Los hermanos pueden disfrutar juntos sus últimos años de absoluta cercanía (con nueras y sobrinos ya no será lo mismo) y Carlitos puede atragantarse de básquetbol en el Staples Center, al tiempo que su bebé crece hablando dos idiomas.
Carlos Vela, el delantero mexicano de más nivel desde Hugo Sánchez, no es un tipo extremadamente ambicioso: ¿Para qué meterme a tantos aviones a mitad de semana cuando puedo entrenar y volver a casa? ¿Para qué ir a otro Mundial si ya fui a uno? ¿Para qué vivir en otra ciudad con peor clima, comida y gente que San Sebastián? ¿Para qué irme a un club grande si ya estuve en el Arsenal? Está claro que de haber tomado otras decisiones, Vela estaría hoy más cerca de Hugo Sánchez como leyenda del futbol mexicano. En cualquier caso, siempre decidió lo que él quiso, no lo que nosotros quisimos para él. ¿Les parece que Hugo sea, o haya sido, más feliz que Vela? ¿Cristiano Ronaldo, acaso?
No hay ambición en la vida más trascendente que ser feliz. Hay quien encuentra la plenitud en la búsqueda de su realización profesional, tal es el caso de Héctor Moreno o Javier Hernández. Otros hallan la dicha en las 16 o 20 horas del día en que no se encuentran trabajando.
Es verdad que nos ilusionaron con su juventud, talento y, en el caso de los Dos Santos, sangre brasileña. Y está claro que no cumplieron nuestras expectativas, nuestros sueños, nuestras esperanzas. Cierto es que queríamos otra cosa para ellos. ¿O debo decir, para nosotros?