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Barak

Fuchi caca

Tenemos un país habitado por 130 millones de personas. Según estudios de Nielsen, a un 24% de bichos raros no les importa el futbol, lo que nos deja a quienes vivimos de esto una clientela de prácticamente 100 millones de interesados. Aproximadamente el 10% de ellos somos futbolistas en activo inscritos en algún sector del amateurismo, 325 mil de los cuales están registrados ante FIFA.

Más de 200 municipios en la República cuentan con un mínimo de 100 mil habitantes, lo que les convierte en potenciales plazas para el desarrollo del futbol profesional. Y sin embargo, con todas estas evidencias a favor, de algún modo los directivos del futbol mexicano se han encargado de exterminar, paso a paso, todo vestigio de futbol que no represente a las metrópolis de Ciudad de México, Tijuana, Puebla, Guadalajara, Juárez, León y Monterrey. O al menos ciudades grandes como Toluca, Querétaro, Aguascalientes, San Luis Potosí, Morelia o Torreón. El único rancho (o para ofender menos: ciudad lejana al millón de habitantes) que se tolera es Pachuca.

¿Cómo diantres llegamos hasta aquí? ¿Cómo es que uno de los países más futboleros del planeta permanece secuestrado por tan canalla oligarquía, que encima es lo suficientemente mezquina como para aglutinar paquetes de equipos en nómina de un mismo dueño?

Lo normal sería que, dado el delirante control de calidad con el que los capataces del futbol mexicano someten a cualquier aspirante a pertenecer a la élite a través de la meritocracia deportiva (sí, ese extraño flujo de ascensos y descensos que opera en el resto del mundo), a cambio tuviéramos, por lo menos, una liga visualmente impoluta. Pero nivel de futbol aparte, lo que ofrece la Liga MX son equipos que visten uniformes repulsivos, atiborrados de publicidad, que se desplazan sobre canchas que en su inmensa mayoría se encuentran en deplorable estado y que compiten bajo reglas (torneos cortos, liguilla, multipropiedad, no descenso…) que producen campeones casi, casi al azar. 

A comer mierda seis años. Cualquier paralelismo con nuestro modelo de país no es pura coincidencia.