Tras salir campeón otra vez en 2016, el Barcelona acabó segundo en el torneo pasado. En un equipo que ha perdido el derecho a caer de vez en cuando, saltaron las alarmas que anunciaban la crisis más importante de la historia moderna del club.
Se dijo que el equipo era un desastre. Que pagaría caro los brutales errores de su directiva. Que el plantel se había devaluado ostensiblemente y que el Barcelona, en definitiva, ya no era competencia ni para el equipo de la capital, ni para los gigantes del continente. Tras un verano convulso, las duras derrotas de agosto significaban el fin. Los barcelonistas estaban desahuciados.
Siete partidos después el Barcelona vuelve a ser respetado, temido e invencible. Se comprueba una vez más que, mientras menos se cree en este grupo de futbolistas, más se agigantan.
Es cierto que el Barcelona ha dejado de ser base de la selección (esa que dio pena en Brasil 2014). Es verdad que ya no asoman canteranos que deslumbren en el primer equipo. Ni duda cabe de que el uniforme es cada año más feo. Y sin embargo, ante tanta adversidad, el heroísmo de los jugadores no hace sino renovarse a cada partido, como en la gran victoria del miércoles, 1-0 en campo del Sporting.
El Barcelona quizá no sea el equipo espectacular de antaño, pero es candidato a ganarlo todo. No importa quién se largue mientras ahí permanezcan el díscolo ‘9’ uruguayo y sobre todo el ’10’ argentino, ese genio de Rosario que sigue inventándose goles y asistencias imposibles partido a partido.
Bajar al Real Madrid de su nube es el plan maestro. La gran cita está programada para mediados de diciembre. En disputa, el título al mejor equipo del mundo: Real Madrid contra Barcelona. El Madrid estará ahí, seguro; el gran Barcelona de Jonathan Álvez y Damián Díaz deberá, primero que nada, eliminar al Gremio de Porto Alegre en semifinales de la Copa Libertadores.