Despertaron. Por fin era miércoles. Uno amaneció en su casa de Buenos Aires; el otro, en un hotel de Santiago. Ambos habían tenido grandes tardes en Toluca y terribles noches con la Selección. No las olvidaban. Pero sabían que el de hoy era el partido más importante de sus vidas.
Ricardo Lavolpe tenía todo que perder, pues si ganaba, entonces Boca habría salido campeón a pesar de Lavolpe. Enrique Meza tenía todo que ganar. Si perdía, tan sólo habría agregado su nombre a la saturada lista de gloriosos subcampeones mexicanos.
A finales de agosto, el argentino recibió en manos de Basile a un Boca Juniors intacto: bicampeón de Argentina, bicampeón de la Copa Sudamericana; líder indiscutible del Apertura y en octavos de final del torneo continental. “Ahí te lo encargo, Ricardo.”
En el mismo continente, pero arriba del Ecuador, Meza sumaba seis derrotas en sus primeros seis partidos al mando del campeón mexicano. Luego de sus fracasos en Atlas, Cruz Azul y Toluca, estaba claro que su pacto con dios llevaba años vencido.
El destino de uno y otro tres meses después lo conocemos todos. Mientras Lavolpe perdía en cancha de River y semana a semana se le escurrían los nueve puntos de ventaja sobre Estudiantes, Meza ganaba y volvía a ganar. En la Sudamericana Boca era eliminado por los suplentes del Nacional de Montevideo (los titulares tenían paperas) y en cambio, Pachuca se colaba hasta la final.
Llegó el miércoles. Estudiantes ejerció de profesor y Lavolpe perdió la partida contra Simeone: un chamaco que a principios de año aún salía en shorts para jugar cada domingo. Aunque era imposible que Boca perdiera el tricampeonato, Lavolpe lo había conseguido.
Horas después, todo estaba en contra del Pachuca: Durante la semana previa Fox Sports había anunciado el partido como si Colo Colo no tuviera rival. Sudamérica entera se volcó para alentar a los chilenos, mientras en México muy pocos estuvieron al pendiente de los Tuzos. Y a pesar de todo, Meza y el Pachuca se trajeron el primer título continental para toda la bola de ingratos.
Nadie tiene un asomo de duda al referirse a Enrique Meza como una buena persona. Ni siquiera Gandhi genera semejante consenso. Su rotundo éxito eclipsó la lluvia de merecidas burlas en torno a Lavolpe… al menos en México. Y es que “el ojitos” hace el bien hasta sin querer.