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La bandera de Piqué (Lado B)

Inicia. Mi corazón palpita con normalidad, ¿qué me pasa? ¡No la cagues, Mascherano! Mientras apunto lo anterior, el argentino ya la andaba regando otra vez. Gol de Rakitic. Lo peor de estar en el estadio es que no hay espacio para salir saltando de alegría. Además el argentino de mi derecha y el gringo de la izquierda no responden al perfil de desconocido abrazable. El gol cayó demasiado rápido, ¿no será contraproducente? Vidal debería poner una carnicería, mejor una cadena: Carnicerías Rey Arturo, serían un éxito. ¡Maldito Buffon! ¿Quieres detectar rápido si alguien sabe de futbol? Pregúntale qué opina de Piqué y si responde que no le gusta, sabrás entonces que no tiene ni puñetera idea. Un muro de Berlín transparente me separa de la cabecera donde están concentrados los aficionados del Barça. Debería irme con ellos y mandar al diablo a estos mirreyes. Achú, achú, gracias. Vaya alta presión la de la Juve. ¡Huy Suárez! Descanso. Un chavo con la camiseta de River se acerca a sacarse una foto con Martín Palermo, hazme el favor. Segunda parte. Ahora Messi jugará mucho más cerca de mi asiento. El gringo me pregunta cuál de los dos centrales es Barzagli y quién Bonucci. ¡Tírale al segundo palo, uruguayo! ¿A poco esperabas colarle un gol a Buffon por su poste? Bostezo, no me lo perdono. Aborrezco estar tan tranquilo. Gol de Morata. ¡Hala Madrid! El tarado del Toluca ya me calentó. Guárdate tus pendejadas para la Bombonera, imbécil. Hace como que no me escucha. Por primera vez en el partido se destapó mi adrenalina. Cerca Tévez. Esto ya se parece a los partidos en casa contra Valencia y Real Madrid. Vamos a perder, carajo. Gol de Suárez. Se lo grito en la oreja al fan del Conejito, pero el muy teto ahora está aplaudiendo. O sea, ¿cómo? Todo mundo se resbala, la cancha parece mesa de boliche. ¡Gooooool, a huevo! ¿Qué… por qué…? Chale. No hay peor sensación en la vida que cuando se corre la voz de que el gol que aún celebras no sube al marcador y te quedas con cara de tonto. Gol, triplete; qué normal parece ahora. Ni siquiera puedo burlarme del menso del Toluca, que ahora está festejando en un patético cuadro de villamelonería terminal. Messi tiene las manos en la nuca, igual que yo. Pirlo sale llorando en la pantalla, me da pena por él. ¡Luis En-ri-que, Luis En-ri-que, Luis En-ri-que…!

Hace 10 años teníamos una Copa de Europa y ahora son cinco. No faltará quien nos felicite por sumar las mismas Champions que ya tenía el Madrid en 1960. Xavi levanta la Copa. No tengo ganas de llorar como otras veces, parece que la costumbre de ganar me ha hecho madurar. Si Puyol se hubiera despedido hoy, ahí sí chillaría como Magdalena. Piqué entierra en el centro una bandera con los colores de Catalunya y el Barcelona. Luis Enrique la ondea y vuelve a enterrarla. Los campeones abandonan el campo. Bajo a la cancha para robarme la bandera. Fracaso. Los policías, hijos del Tercer Reich me hacen abandonar el campo. Vuelvo arriba. Tato y Gómez Junco ya se van. ¿Van al hotel? Ah bueno, luego los alcanzo. Tengo sed de aventura. Bajo al campo, alguien sale por una puerta que conduce directo al cableado de la cancha y no me ve entrar a su espalda antes de que la puerta cierre. Eludo a la poca seguridad que aún vigila. Matanga. La bandera de Piqué es ahora mía. Todo contento duermo abrazado a ella. Recuerdo de mi cuarta final de Champions, cuarta victoria. Dejo escrita mi voluntad de que la histórica bandera sea donada al museo del FC Barcelona el día en que el club gane la undécima Copa de Europa. Ahí te encargo, tataranieto.