Dos mil siete fue un año para cerrar los ojos, arquear los labios y dejar escurrir la saliva como cascada. ¿Quién de nosotros no se masturbó los sesos pensando en el tridente del futuro? Castillo era un dios griego de 23 años, Vela y Gio eran castos héroes de guerra cuatro años menores. Tenían la vida por delante, estaban esculpidos con otra madera. Todo lo que teníamos que hacer era buscar un asiento y esperar a 2014 para que nos bajaran las estrellas del cielo brasileño.
En los últimos siete años hemos probado la suerte de siete seleccionadores nacionales. Jóvenes y viejos, apagafuegos y pirómanos, interinos y Pentapichichis. A grandes rasgos todos han sido más o menos lo mismo. El de ahora no es el problema, si bien tampoco ha sido de ayuda para encontrar la solución.
Desde 2002 le hemos hecho casting a Gabriel, Toño, Guille, Matías, Lucas, Leandro y Damián. Unos troncos, otros leñadores; la mayoría buenas personas y alguno hasta buen futbolista, todos han zarpado en el puerto de la intrascendencia. Los naturalizados, está claro, no son la solución, ni mucho menos han sido el problema.
Chepo no es el problema, Chaco no es la solución. El Maza no es el problema, Vela no es la solución. Fracasar en la Copa Oro no será el problema, ni ganar tan distinguido certamen será la solución. Quedar fuera del Mundial no sería el problema, ni llegar al quinto partido sería la solución.
El futbol mexicano es una fábrica de jugadores con “condiciones.” Al segundo o tercer año de uso se atrofian irremediablemente y no hay garantía que reembolse las ilusiones depositadas en su talento defectuoso. Leo que Ángel Reyna está por sepultar su carrera en Veracruz, que Tecatito Corona no se reportó en Monterrey y me acuerdo entonces de Zepeda, Osorno, Emilio Mora, Venado Medina, Pablito Barrera, Elías Hernández, Omar Arellano y tantos otras promesas que no se ganaron ni su mención en esta columna.
¿Qué le pasa al futbolista mexicano que se cae verde del árbol, que se marea a la media vuelta, que se pierde doblando en la esquina? Mientras no seamos capaces de resolver ese dilema, da igual que echemos al Chepo y naturalicemos a Messi. El cuento de cada cuatro años seguirá rebobinando.