Hay lecciones que nunca se aprenden. Son desechables, se memorizan para el examen y se olvidan para siempre. Bueno, no para siempre: solo hasta la próxima lección.
La lección a la que apelo es, por paradójico que suene, a que en esta vida no hay lecciones que pagar. No cuando es martes o miércoles. No cuando hay un equipo blanco implicado. La única lección la imparten ellos y consiste en desacreditar aquellas hermosas fábulas que nos contaron desde niños: ingenuos intentos de Esopo por construir un mundo mejor.
Y no aprendemos. Seguimos creyendo que si la liebre se duerme, será rebasada por la tortuga y cuando despierte ya será demasiado tarde para ganar la carrera. Queremos pensar que el invierno recompensará a la trabajadora hormiga y congelará a la relajada cigarra. Pero no.
El Real Madrid siempre ha sido un equipo golfo que selecciona minuciosamente en qué partidos le conviene dejarse la piel. Todos hacen juegos buenos y malos, pero al menos disimulan interés. El Madrid no. Si el Madrid puede perder un partido, lo pierde. Solo gana cuando hay que ganar. Y aún en esos duelos, aquellos partidos de vida o muerte, no esperen tensión y seriedad durante 180 o 210 minutos, porque eso no va a pasar. ¿Para qué se esfuerza tanto tiempo cuando puede deambular en la comodidad del letargo hasta sentir las cuerdas en la espalda? Y es hasta entonces cuando el Madrid reacciona, donde produce por generación espontánea la pasión, contundencia y carácter que le hacen único. El Real Madrid solo es el Real Madrid en casos de emergencia.
Así como hay más de mil formas de morir, solo hay una forma de no morir. La supervivencia del Real Madrid en la Champions League es monótona y predecible; a la vez, delirante e histérica. No importa cuántas películas nuevas saquen de Duro de Matar y da igual que todos sepamos de antemano que Bruce Willis no se va a morir, aunque la trama en algún momento nos invite a dudar si esta vez sí.
Como solo hay una manera de no morir, el Bernabéu repite la misma historia y nosotros la seguimos comprando, consumiendo y disfrutando. En 2018 el Real Madrid ganó 0-3 la ida en campo de la Juventus, luego golfeó en casa y cuando se dio cuenta que ya perdía 3 a 0 el juego de vuelta, metió el gol necesario para seguir con vida. Nada nuevo, solo el ritual de cada año: venerar a la ley del menor esfuerzo.
Ayer el Chelsea desempeñó el papel de aquella Juventus. Los intérpretes del enemigo cambian, el guion es idéntico. Y no tiene enseñanza pues no la necesita: el Madrid es inmune a cualquier moraleja.