Asquerosa, maloliente, nociva y nauseabunda… Con ustedes una vez más la causa de todos nuestros males: la veneradísima Liguilla.
Acabadas las insoportables 17 semanas de clasificación, ahora sí viene lo bueno: dueños, patrocinadores, comentaristas y aficionados se frotan las manos sin reparar en que nuestra devoción por la estúpida Liguilla es la que nos sumerge en ese charco de estiércol movedizo del que todos nos quejamos.
“Es que la Liguilla le da emoción al torneo… Jugar con tabla general sería aburridísimo… La solución es que califiquen los ocho primeros…” ¿Qué? ¿Están ciegos? ¿De veras es tan difícil descifrar que el nefasto nivel de la temporada regular tiene relación directa con la seductora “gran fiesta del futbol mexicano”?
Y luego nos quejamos de que venga un ratero inglés a burlarse de nosotros y de nuestro sistema de (in)competencia. ¿A poco necesitamos a un británico que nos explique lo “aburridas” que son las cosas cuando se hacen bien?
¡Si tan solo se trata de darle el título al mejor, descender al peor (o de preferencia a los peores) y asunto semi resuelto! ¿Y qué hay de la emoción de la Liguilla?, preguntarán. Pues para eso existe el torneo de Copa hasta en China. Eliminaciones directas que de paso descentralizan el futbol y llevan a los clubes principales a lugares recónditos, pero que a pesar de todo existen; y que merecen al menos 90 minutitos de audiencia nacional.
Ya encarrerados, podrían echarle un ojo a la podredumbre de corrupción arraigada en fuerzas básicas, destapar el apestoso caño de ascensos y descensos en todas las divisiones, diseñar estadios o ya de perdis uniformes como dios manda, frenar el descarado cambio de sedes, prohibir intervención gubernamental en cualquier club, orinar en el pacto de caballeros, prohibir la multipropiedad, abrir los derechos de transmisión a la libre competencia y en consecuencia, evitar que nuestro futbol sea manoseado por unos cuantos millonetas al servicio de oscuros intereses.
¿Tienen el valor o les vale? Ah, OK… eso pensé.