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La mirada de Kean y la ceguera de Bonucci

Mirar a los ojos es un gesto noble y gallardo que transmite seguridad, confianza y transparencia. ¿Debes detectar una mentira? Nota si te miran a los ojos. ¿Te han hecho una pregunta incómoda o insultado directamente? Sostén la mirada al agresor y comprobarás que su cerebro se colapsa. Mirar a los ojos es, desde la prehistoria, el método más efectivo de defensa personal y un buen atajo para tener éxito en la vida. 

Si de tolerancia hablamos, poco hemos avanzado desde la época de las cavernas.  La islamofobia ha disparado el renacer de la extrema derecha en Europa. La incitación al odio en general sostiene a un mentiroso compulsivo en la presidencia de Estados Unidos. Los índices de antisemitismo crecen en todos lados. Países que ya vivían anclados en la Edad Media como Brunei, han saltado literalmente a la Edad de Piedra, al promulgar esta semana la pena de muerte por lapidación como castigo a quien peque de homosexualidad.  

Y los estadios de futbol claro, anfiteatros de nuestra era, son aquel lugar donde las masas pueden reunirse para desahogar la intolerancia acumulada durante los días sin trabajo.  

Moise Kean nació en el norte de Italia, hijo de inmigrantes marfileños. Si aprendió a hablar a los tres años, lleva ya 16 explicando cada día cómo hace para hablar tan fluidamente el italiano: básica y sencillamente, porque es italiano. Y sin embargo, hay cientos de miles que se niegan a entenderlo. Los ultras del Cagliari, por ejemplo. Insultado por su color de piel durante todo el encuentro, como le ha ocurrido en tantos campos incluso antes de debutar en la Serie A, Kean decidió no festejar su gol, el 0-2 de la Juventus. Se limitó a pararse en frente de los racistas y sostenerles la mirada sin ápice de gesticulación. En silencio y sin ademán ninguno fue su forma de gritar: «Tengo 19 años. Soy negro. Y no les tengo miedo».

La anécdota sería solo un capítulo más entre los cientos de escenas similares que se sufren en el futbol cada semana. Hasta que Leonardo Bonucci decidió consagrarse como uno de los mayores idiotas de todos los tiempos. El veterano compañero de Kean repartió culpas al terminar el partido: 50% cada uno; aquellos por racistas, aquél por retarles. Como el rancio que condena al violador, pero piensa también que es culpa de la chica. Por llevar mini falda.