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Ganar un Mundial no es la tarea más difícil del mundo. Tiene su complejidad, sí. Hay quien no encuentra la fórmula para avanzar más allá de cuatro partidos, pero hay media decena de selecciones que suelen relevase en el honor de levantar el trofeo más codiciado del futbol. Llegados a ese clímax cuatrienal, instantes después del éxtasis viene la pregunta capciosa: ¿y ahora qué?

Marcelo Lippi en 2010 y Vicente del Bosque en 2014 no supieron responderla bien. Mantuvieron la base del campeón del mundo de cuatro años atrás e ignoraron que, si en el futbol todo cambia en dos semanas, cuatro años bastan para transportar a cualquiera del gozo al pozo. Joachim Löw probablemente se comía los mocos mientras Italia y España le impartían tan valiosa lección.    

También parecía tener aprendida la importancia de contar con un bloque, una base de futbolistas que jueguen en el mismo club, entrenen juntos todos los días y se entiendan de memoria. Pocas selecciones tienen la bendición de tener un club que les haga la tarea. Si cuesta entender que Löw decidiera jubilar a los 29 años a Hummels, Boateng y sobre todo, Müller; menos aún desde el contexto de lo bien que se conocen con Neuer, Sule, Goretzka, Kimmich, Gnabry, etc…

El poder no solo desgasta, también ciega. Hay una razón por la cual las reelecciones en cargos públicos suelen limitarse. Y Alemania ha tenido muchas pistas, pero sigue renovando al técnico que lleva seis años navegando neciamente en dirección fondo del mar. 

Nadie está exento de padecer una goleada histórica. Pero hay de goleadas a goleadas. No todas son iguales. Por un lado, están aquellos partidos más o menos equilibrados, donde el equipo que va abajo se descuida, descompone y acaba pagando las libertades que ofrece en pos de meterse en el partido. Algo así le pasó al Liverpool ante Aston Villa y a México contra Chile. Los accidentes sorprenden, duelen y a veces matan, pero eso son: accidentes.

Luego están aquellas goleadas en las que un equipo es superado y sometido sin compasión durante 90 minutos. El marcador no es reflejo de un mal día, sino consecuencia última de una enfermedad terminal, con síntomas previos que lo hacían más o menos predecible. A esta familia de goleadas responden la del Barça ante Bayern, Alemania sobre Brasil y por supuesto, España-Alemania. Si España no tuviera un mal endémico en la definición, estaríamos hablando de la madre de todas las zarandeadas.

No olvidemos que el escandaloso ridículo alemán es culpa directa de la UEFA, que le expuso gratuitamente. La idea con la Nations League era ejecutar una competencia con divisiones de acuerdo al nivel de cada selección. Lo de Alemania tras Rusia 2018 fue tan lamentable, que le costó el descenso a segunda. Esa es su realidad competitiva. Sin embargo, como si de la Femexfut se tratara, UEFA canceló los descensos de la primera edición. Si Alemania cumplía su castigo, se hubiera ahorrado el papelón.