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Fútbol mexicano Liga MX

Mala copa

Cruz Azul y Guadalajara me han hecho reír casi ininterrumpidamente durante más de una década. Los clubes de Billy Álvarez y Jorge Vergara han protagonizado tantos episodios grotescos en tiempos recientes que resulta imposible quedarse con uno. Pero Cementeros y Chivas no siempre me han divertido, a veces me han dado pena. La que más, cuando salieron campeones de la Copa MX. Su exagerada alegría por
ganar un sobredimensionado torneo de reservas, no hizo más que desnudar la precariedad por la que atraviesan ambas instituciones. Sus desmedidos festejos los pusieron a la altura de Dorados, Morelia, Puebla, Veracruz y demás ilustres muertos de hambre que también ganaron tan prestigioso torneo.

El primer requisito para jugar la Copa MX es ser un equipo mediocre. Por eso no la juegan Monterrey, Tigres o Pachuca; ni siquiera Pumas. Se trata esencialmente de no haber cumplido los objetivos en el campeonato de liga: no haber salido campeón, ni siquiera subcampeón; ya no de un torneo, donde algún infortunio del futbol siempre puede dejarte a la orilla, sino de haber fracasado durante dos ligas seguidas. El filtro es lo suficientemente estricto como para asegurarse de que la Copa MX solo pueda ser disputada por equipos de tres cuartos de pelo.

El campeón de la Copa MX no puede presumir de haber vencido a los mejores equipos del país, porque esos tienen mejores cosas que hacer en su calendario, como jugar la Liga de Campeones de Concacaf y emprender el camino al Mundial de Clubes, por ejemplo. El hecho de que, encima de todo, se trate de la única Copa del planeta que se juega dos veces al año, no hace sino devaluar aún más un torneo diseñado con tan nulo sentido común que no se juega a eliminación directa, mucho
menos hace partícipe a los equipos de segunda y tercera división, cuya inclusión es el espíritu por el que todo torneo de copa cobra sentido.

Para el Querétaro está muy bien, la verdad. No obstante, ganar la Copa MX debería avergonzar a cualquier equipo que juegue a ser grande.