Levantarse antes de las 10 de la mañana es de mala educación. Lo dijo Enrique Bunbury y es la doctrina filosófica que acuñé una vez finalizada la prepa, cada vez que el linaje de asalariado que ostento me lo permite. No este mes.
Soñé no sé cuántas veces en el último año que el Mundial había empezado y que yo, como buen imbécil, no me había enterado. Supongo que por ello mi reloj interno sigue alarmándome a las 6 y media de cada madrugada para impulsarme hacia la tele, aunque afortunadamente ya no sea menester hacerlo ni un minuto antes de las 9.
Es casi inhumano que nos dejen dos mañanas sin futbol tras la sobredosis a la que nos expusieron durante los últimos 20 días. Pero también es la única forma de irnos haciendo a la idea de lo que serán nuestras vidas después del 11 de julio. Ya instalados en la sala de espera que nos impusieron, solo nos queda saborear las dos semifinales adelantadas de este fin de semana: Argentina – Alemania y sobre todo, Holanda – Brasil.
Mi primer Mundial fue Italia ’90 y desde entonces oí que Brasil no jugó como Brasil. Luego en 1994 la verde amarella ganó su primera Copa en 24 años… pero me dijeron que no lo celebrara demasiado porque no lo había hecho como sabe. Llegaron las Copas del Mundo de 1998, 2002 y 2006, y yo ya había aprendido a exigirle el Jogo Bonito que hasta hoy reparo, es un mito.
En realidad los trazos de futbol más bellos que he podido atestiguar a nivel selección se tiñen de naranja. Sin embargo, aunque suelo estamparme hasta cuatro veces con la misma roca… cinco jamás. Y tras la caída de Holanda en la Euro 2008 ante Rusia, juré no volver a ilusionarme con una selección tan temerosa al éxito. Hasta ahora lo he cumplido cabalmente, si bien tampoco es que ellos, con su modelo 2010 hayan puesto demasiado empeño en reconquistarme.
No es casualidad que Holanda y Brasil eligieran sudar colores tan llamativos. Su esencia es atraer miradas, gustar y deslumbrar por más que finjan amnesia. Los mejores 120 minutos que ningún televisor nos haya ofrecido en nuestras vidas es lo mínimo que les podemos demandar.