Cuando el 1 de junio el Real Madrid gane la Champions League en el estadio del Atlético de Madrid, nadie recordará la noche de anoche en Ámsterdam. Todo el mundo estará ocupado haciendo cuentas: la décimo cuarta Copa de Europa y la quinta en seis años, para empatar técnicamente con el Madrid de Alfredo Di Stéfano. ¿Cómo menospreciar a un equipo tan mítico? ¿Quién va a atreverse a levantar la voz ante otro caprichoso atropello del destino?
Cada año el Real Madrid es un poquito peor. Ya se sabe que entre agosto y enero está en su pretemporada particular y que para febrero ha perdido tantos puntos que ya no contiende por la Liga. Pero en la fase final de la Champions League se transforma, o eso claman los marcadores. En realidad, quien haya visto al Madrid eliminar al Bayern o a la Juventus, por hablar de los milagros más recientes, sabe que el cuadro merengue acostumbra superar escalones aún cuando le pasan por encima.
Y los árbitros, el VAR, las lesiones de las figuras rivales, los garrafales fiascos de los porteros contrarios, los súper poderes de Cristiano Ronaldo, la mano de Zidane o la jerarquía de Sergio Ramos son apenas pretextos que buscan justificar ese disparate de que el Real Madrid siempre consiga llevarse la competición que a todo mundo obsesiona, sin perder su manía de jugar tan mal al futbol.
El Madrid que cambia técnicos en noviembre, que sufre goleadas históricas ante el Barça cada dos por tres, que cae en casa ante CSKA, Levante y Leganés, que pierde 0-3 en Sevilla y Eibar; arrastra el nombre sin rubor ni disimulo, está a años luz de la excelencia y sus jugadores más emblemáticos son incapaces de mantenerse en forma por más de tres o cuatro meses. No lo necesitan porque de todos modos pasarán a ser deidades.
Deidades que ayer, como tantas otra noches, supieron ganar un partido en el que fueron ampliamente superados, por no decir arrastrados. El relato del baile que les metió el adolescente Ajax en febrero pronto se difuminará en las aventuras y milagros que aguardan al Madrid en cuartos y semifinales, la final que ganarán en el Metropolitano y todas las finales anteriores. Cuando todo esto acabe, si llega ese día, nadie será capaz de reparar en que el rey, casi siempre, desfilaba desnudo.