El Manchester United ocupa el decimoquinto puesto de la Premier League. La noticia es que nadie se entera, porque a nadie le sorprende. Un escalón más abajo en su debacle no es noticioso, no genera más clics. El tercer equipo más poderoso del mundo puede lidiar con una década sin competir por el título. Lo que no puede consentir es dejar de llamar la atención. Eso sí que es devastador en tiempos donde el engagement lo es todo.
Para empezar, hace tiempo que perdió el don de inconfundible. Cuando decimos “el Manchester” nos vemos obligados a pronunciar el nombre completo, para que no se le confunda con el equipo más ganador de la ciudad en ojos de media generación. El equipo rojo de Inglaterra no ha dejado de ser el Liverpool. ¿Manchester United? Ya no es ni el club más repudiado del país, deshonor que pertenece al Chelsea.
El problema de los Red Devils -por ahora no caen tan bajo como para perder el reconocimiento de marca ante la selección de Bélgica, el Kaiserslautern, el equipo de hockey o el de béisbol, pero tan pronto Carlos Adrían Morales gane dos partidos en Toluca, ¡quién sabe!- aparte de perder partidos y prestigio, es su estilo. ¿A qué juega? A esperar a que el rival haga algo y entonces atacar al espacio. Lo que está muy bien como herramienta, más no como sistema. Al menos no de un equipo con aspiraciones de grandeza. ¿Y si el rival es conservador? Problemas. ¿Y si es agresivo y presiona ordenadamente? Caos. Si no es a la contra, no hay manera. ¿Por qué los resultados del Manchester United son tan inconsistentes? Porque el guión de sus partidos depende siempre del adversario.
Nadie ha invertido tanto dinero en fichajes, ni siquiera el Manchester City. Nadie lo ha hecho con menos criterio, no, ni el Barcelona. Bruno Fernandes es la milagrosa excepción, cuando debería ser la norma.
El Manchester United es la nada. El limbo. El triángulo de las Bermudas. Hay equipos especializados en arruinar carreras . Otros (mucho menos) que suelen potenciar a los futbolistas que compran y hacerlos parecer, cobijados en su sistema, mejores de lo que resultan ser. Y luego está el Manchester United. Ahí los buenos se hacen malos y luego recuperan el nivel. Como Ángel di María, Memphis Depay o Ander Herrera. En el peor de los casos, vuelven a ser futbolistas medianamente útiles, como Alexis Sánchez o Henry Mkhitaryan. Y otros, tan pronto como ven la luz fuera de la caverna mancuniana, se vuelven aun mejores de lo que eran antes de devaluarse. Miren a Lukaku si no. Y no olvidemos casos como los de Ashley Young o Chris Smalling, que dejaron de dar pena al cambiar colores, como por arte de magia.
Los tiempos que sufrimos han radicalizado los problemas que ya tenía el futbol. Si antes la pretemporada era todo menos preparación, ahora ya ni siquiera existe en la línea del tiempo. Si antes el calendario estaba saturado de fechas para jugar, se ha encontrado el modo de comprimirlo aún más. Si antes las lesiones eran el resultado, ahora hay que agregar las múltiples bajas por Covid 19, en su rol estelar de causa y consecuencia. Jugar a puerta cerrada también abona a la volatilidad de resultados y posiciones. Pero el Manchester United, con estadio lleno o vacío; con y sin pretemporada; con Moyes, van Gaal, Mourinho o Solskjaer es la misma mierda. La vuelta a la rutina depende de encontrar una vacuna. Ojalá fuera así de sencillo sacar al Manchester United de su nueva normalidad.