Más polémicas que goles, más ruido que análisis, más ilusiones que realidades, más partidos que conclusiones. La selección mexicana es como un toro mecánico sobre los rieles de una montaña rusa. Gerardo Martino aún no se monta y el toro ya se retuerce fuera de control.
Tomemos por ejemplo a Jesús Manuel Corona. ¿Cuántas veces ha sido noticia por declinar una convocatoria del Tri? Por lo menos, cinco. En los amistosos de 2015 su pasaporte no tenía hojas libres. En la Copa Confederaciones fueron motivos personales, mismos que luego le privaron de disputar los partidos gourmet en Bélgica y Polonia. El rechazo más reciente ocurrió en los partidos fantasma celebrados en Argentina y ahora que el nuevo técnico, aún lesionado, deseaba conocerle, el díscolo jugador del Porto prefirió que sea para otra ocasión. La escena me recuerda a Patricia, la chica de la universidad que agotó su catálogo de excusas para no salir más conmigo. Quisiera decir que la diferencia es que yo sí tuve dignidad, pero no voy a mentir.
Ahora, ¿cuántos partidos célebres le recordamos a Corona vestido de verde (o de negro, o de blanco, o con uniforme de Adidas, pues)? ¿Cuántos de su puñado de goles y asistencias con la selección han sobrevivido a la selección natural de nuestra consciencia? Anotó en la final de la Copa Oro a Jamaica y se marcó un golazo contra Venezuela en la Copa América. Y punto, creo.
El caso es que además de los cuestionamientos, debates y escepticismo general emparentados a la llegada de cualquier técnico extranjero a la selección nacional, Martino ya ha tenido que lanzarle una advertencia púbica al Tecatito. Ya ha escuchado críticas de jugadores y entrenadores por la simple cortesía de no ponerle doble seguro a la puerta a nuestros compatriotas mexicanos por naturalización. Y ya, tan pronto, empezó a lidiar con los permisos especiales de Héctor Herrera y la pereza de Carlos Vela.
El nuevo proceso no pondrá su primera piedra en el suelo hasta el partido contra Chile en San Diego. Y sin embargo, la renuncia del Director General, jefe y valedor del técnico argentino es inminente. Guillermo Cantú está harto, parece, de las narices de los dueños y las uñas de los «europeos». Y ahí se los va a encargar al Tata Martino.