México fue superior en el primer tiempo y superado en el segundo. Le alcanzó para reflejar su dominio inicial con un gol y un tiro al poste; a España en cambio, le alcanzó para meter dos goles. Fin de la historia. ¿Qué México pudo evitar a ese rival de haber sumado más puntos en la fase de grupos? Afirmativo. Pero de todos modos tarde o temprano se habría tenido que enfrentar a España. Luego podemos discernir si la reacción del otro equipo hizo ver mal a México o si México aún no ha logrado controlar por completo sus instintos de equipo chico, incapaz de mantener la serenidad en el momento clave. Lo que sí queda patente es que no hemos logrado superar nuestros complejos. Y no estoy hablando del entrenador, ni de los futbolistas.
Lo que más leo y oigo son covers del “jugamos como nunca y perdimos como siempre?“ ¿Les cae? ¿México sigue siendo el ya mero? ¿Lo nuestro es una historia sin fin? Las portadas de nuestra distinguida prensa deportiva remontan al pasado.
Pero en los últimos ocho años México ha logrado ese ansiado final feliz una y otra vez: en Perú y en Toulon; en México y en Londres. No son consuelos del pasado. México es campeón del mundo vigente en dos de las cuatro categorías existentes en FIFA.
Hemos tenido actuaciones buenísimas, patéticas y regulares, como la de ahora en Turquía, pero seguimos despreciando los avances panorámicos. Hasta ahora las selecciones sub 20 habían sido incapaces de llegar a dos mundiales seguidos. Eso es fracasar. Lo que hace Estados Unidos en cada torneo donde se para, sin mostrar el menor adelanto en el proyecto trazado desde 1994 para que su futbol crezca, sí que es fracasar.
En segundo lugar, inmediatamente después de los directivos; los aficionados y los periodistas somos la peste del futbol mexicano. Echan a la sub 20 en octavos de final y todos salimos disparados a redefinir el concepto fracaso. Esclavos del resultado, por un centímetro cuestionamos procesos, convocatorias, puestos y hasta a la madre que parió a este futbol que a pesar de todo lleva tiempo progresando. Si no se nota es porque quienes escribimos sus memorias día a día somos los mismos zoquetes de toda la vida.