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Periodismo deportivo

El primer famoso que conocí en persona fue Jacobo Zabludowsky. Recuerdo que intentó timarme en una boda: “Yo también puedo verte en las noches desde la tele. Tienes un pijama azul”. Su equivocación me inquietó menos que el tono y la textura de su rojizo y agrietado rostro. 

Años después, cuando siendo adolescente me colé por primera vez a la redacción de Televisión Azteca volví a experimentar idéntica confusión al descubrir las caras plagadas de impurezas de Faitelson, José Ramón, Garay y compañía cuando no tenían maquillaje. Decidí entonces que, si algún día salía en TV, yo no usaría filtros que me mostraran como no soy. Lo cuento con la valentía que me ofrece la certeza de que mis jefes nunca leerán esto, pero ¡la cantidad de horas que he ahorrado en mi carrera por nunca pasarme por el cuarto de maquillaje!

El periodismo de información deportiva es en general un engaño. Investigar es mal negocio: genera enemistades, demanda demasiado tiempo, no tiene remuneración extra y suele estropear los intereses de la empresa para la que laboras. Por eso son poquísimas las noticias deportivas de verdad: las que destapan los escándalos que todos intuimos, pero somos demasiado sensatos como para arriesgar nada en la aportación de pruebas. 

El panorama fuera de la información deportiva no es mejor. Los escasos medios cuya misión es periodística y no política sucumben en la era de los clics y los videos cortos: las masas no leemos artículos de más de seis párrafos, ni invertimos un peso en contenidos de calidad que les permita subsistir dignamente sin recurrir a un Media Manager imbécil que escriba en el lenguaje necesario para atraer a la mayoría imbécil. Cuando lo más visto es encima lo más barato, nada queda por hacer. 

Por eso el periodismo moderno corre a cuenta de hackers. Como el fundador de WikiLeaks o el portugués que filtró las pruebas que evidencian la malversación de fondos en la que incurrió el Manchester City, muchos pagan tras las rejas las consecuencias de su audaz temeridad.  

El FC Barcelona ha sido lo suficientemente cretino como para contratar a una agencia con el fin de desacreditar a sus jugadores y leyendas. En los tiempos de la comunicación corporativa, donde los clubes y los jugadores son su propia prensa a través de sus canales y redes sociales, la noticia fue trabajada por Cadena Ser, santuario con reductos de periodismo deportivo: el que vigila, informa y por encima de todo, jode.