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Ratas

Sanciona las patadas, las reclamaciones, la mala conducta. Condena el mal comportamiento y las declaraciones incendiarias. Rige hasta los festejos de gol: ¡uy de aquel que muestre un mensaje solidario debajo de su camiseta en detrimento del patrocinador!

La FIFA vende y revende, hostiga y castiga, comulga y excomulga, parte y reparte… pero ¿a quien le rinde cuentas la FIFA? ¿Quién multa a la FIFA? ¿Quién por los menos supervisa sus acciones? Tic-toc, tic-toc, tic-toc… Nadie, no busquen más.

¿Por qué elegir una sede con 10 años de anticipación? La respuesta: para que el presidente Joseph Blatter pudiera atascarse los bolsillos sin siquiera pasar por el trámite de reelegirse una vez más. Ahora hay pruebas. 

El Mundial de futbol fue comprado por el Marajá de Pocajú como si se tratara del Paris Saint German. Y después de todo, ¿cuál es la diferencia? Nos guste o no, así funcionan las cosas en esta porquería de mundo. Si bien sería de recibo que fueran más transparentes o al menos no tan repulsivamente cínicos.

¡Vendan el Mundial! Subástenlo al mejor postor, que lo organice quien más pague y así nos evitamos que cada cuatro años Sudáfrica, Brasil o el corrupto país de en turno argumente retrasos en las obras hasta dos días antes de la inauguración, como ocurre religiosamente cada cuatro años. 

Que se declaren impuestos por comprarle un Mundial, que la FIFA imprima una factura a cambio de vender la organización del evento y deduzca sus obligaciones tributarias en desarrollar el futbol de aquellos países que nunca en mil vidas soñarán con celebrar una Copa del Mundo. Legalicemos de una vez la venta para ser sede de un Mundial, que no tiene nada de malo. Así acabamos con los sobornos, los regalos, los favores, las suspicacias y con la mafia. La maldita mafia.