Cuando el Madrid contrató a José Mourinho puso en la mesa hasta los calzones y se lo jugó todo a una carta: entrenador de época, profesional, ganalotodo, y con un solo defecto: parlante. Demasiado parlante. Tanto que si Dios lo hubiera hecho mudo, probablemente sería perfecto.
Cada vez son más los que lo aborrecen o idolatran, y nadie en el mundo parece capaz de intuir que tan sólo se trata de un tipo normal con un talento para llamar la atención que ya quisiera Lady Gaga. En realidad Mou no hace más que darle vida a un personaje ficticio, e interpretarlo con la maestría de Catalina Creel, o el bocazas Pierroth. Con Mourinho el mundo de la política perdió a un peligroso manipulador de masas, y ganó a un entrañable personaje de futbol.
Con sus calculadas acciones, Mou se ha ubicado en el epicentro único y absoluto de un equipo que parecería fundado en verano de 2010. Florentino Pérez le ha permitido hacer y deshacer presente y pasado del club, al solaparle todas sus estridencias. Mou decide cómo ha de jugar el Madrid adentro y afuera de la cancha. Mou pone y quita Adebayores, pero también Valdanos. Mou eclipsa a Juanito en el Bernabéu, y al Generalísimo en el Camp Nou. Mou tomó a un Madrid perdedor y lo transformó en un Madrid mal perdedor.
La última vez que el Barcelona había osado con levantar cabeza, Florentino le arrebató a Figo y lo mató por más de un lustro. Pero desde que volvió a la presidencia del Madrid, perdió la brújula. Intentó neutralizar al rival por las malas: gastándose lo inaudito en Cristiano y Kaká, y por las peores: moviendo los hilos de medios afines para acusar al rival de tramposo, engreído, cagón y dopado. El resultado: suministrar al Barça con hormonas de crecimiento y antidiarréicos suficientes para prolongar su imperio de futbol puro.
Florentino ha gastado más de 400 millones en fichajes, pero mucho más en aquello que no puede comprarse: la imagen internacional del Real Madrid, cuya historia negra sólo se susurraba por las entrañas de cierta geografía española. Hoy, para pregonar antimadridismo no hace falta invocar al robo de Di Stéfano, ni a profundizar en la recalificación de sus terrenos, ni ahondar en las tendencias políticas de los Ultra Sur. Ahora basta con ver jugar a Pepe, a Marcelo… y sacar conclusiones.