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Sí se puede… No se debe

En México abundan dos grandes clases de aficionado: aquel que cree que todo se resuelve con güevos, y el que piensa que el futbol es cuestión de mentalidad. Ambos son presa fácil de las bobas campañas triunfalistas. Obvian que antes están la velocidad, el rigor táctico, la puntería, la agilidad mental, la dinámica colectiva, la técnica individual y otros detalles de los que carecen nuestros jugadores a la hora de ser contrastados con los mejores del mundo. 

Holanda, España e Inglaterra no han llegado a semifinales en los últimos 32 años. Como aquí estamos hablando de selecciones con abundancia de futbolistas con las cualidades arriba citadas, sí que podemos hablar de mentalidad, de pensar positivo, de creérsela, de enterrar la historia. Polonia, Bélgica, Suecia, Bulgaria, Croacia, Corea y Turquía sí llegaron a semis, aunque de inmediato regresaron a su nivel real. Por lo tanto, no es que nosotros no podemos… en realidad, no debemos. No con estas bases.

Ganar la Copa del Mundo, alcanzar semifinales de perdis, sería lo peor que podría pasarnos en la vida. Eso significaría que nuestro futbol  no requiere estar dirigido por sociedades cuyas prioridades sean deportivas, que nuestro sistema de competencia no es foco de infecciosa mediocridad, que bastan 25 equipos profesionales e independientes en todo el país para generar futbolistas, que los demás clubes pueden seguir apareciendo, mudándose y desapareciendo sin complejos; que el número de ascensos y descensos es ideal, que la corrupción en fuerzas básicas puede prolongarse por los siglos de los siglos, que el mundo vive equivocado por abstenerse de poner a jugar a futbolistas mexicanos en sus clubes. Que tengamos que gritar: ¡Viva el pacto de caballeros y la oligarquía! ¡Vivan los amistosos en Estados Unidos! ¡Seis boletos para Concacaf, ya! 

Para tranquilidad de unos cuantos, no pasará. Aunque los demás pueden soñar… el día en que los sueños cuesten, persistirán muy pocos soñadores.