Cuantiosos tratados científicos, teorías rebuscadas, pilas y pilas de cuadernos entintados de fórmulas complicadas. A Albert Einstein le tomó 35 años de estudio explicar la relatividad del tiempo. Hay dos caminos para entender en profundidad parte de lo que el genio alemán quiso decirnos: uno conduce a la biblioteca para intentar descifrar qué demonios explicó en sus más de trescientas publicaciones; el otro, más rápido y divertido, es ser partícipe de una reta a diez minutos o el que meta dos goles gana.
Cuando estás dentro, el tiempo se escurre como agua entre los dedos. Y si vas abajo en el marcador, la velocidad se triplica. Seiscientos segundos dentro de la cancha son una miseria. En teoría deberían ser los mismos 600 segundos que todos hemos padecido sentados fuera del campo, pero entonces el tiempo se dilata misteriosamente al contemplar cómo los inútiles de adentro (mismos que te metieron dos goles en la reta pasada) ahora se esmeran en fallar las que minutos antes te clavaban al ángulo. Ansiedad, malestar, rencor y mala vibra. Nada remotamente bueno se respira detrás de la línea lateral.
Cada una de las tres últimas temporadas fue un año menos en la carrera de Jonathan dos Santos. ¿Por qué lo hizo? No porque aspirara verdaderamente a quitarle el puesto a Xavi ni a Busquets. Una cosa es ser ambicioso y otra, insensato. Lo que Jona quiso fue prolongar al máximo el irrepetible momento: entrenar, viajar, celebrar y aprender en el mejor equipo que se vio nunca. Si tú y yo nos sacamos la lotería por el simple hecho de vivir en la misma época, imagina respirarlo desde dentro y junto a los amigos con los que creciste.
Ahora que sus cuates se fueron y su entrenador es un pobre diablo, se acabaron los motivos para seguir en el Barça. Dicen que la Real Sociedad lo quiere para reemplazar a Ilarra. Al lado del mejor futbolista de México, en una ciudad para morirse de contento y con un equipo en la antesala de la Champions League. Tarde pero sin sueño, San Sebastián es el sitio ideal para ensuciar al fin las botas.