Británico de nacimiento, alemán de oficio, español por convicción. Mil días de vida le bastaron para alcanzar fama mundial, degustar mejillones de la mejor calidad, y morir aislado: víctima del estrés al que fue sometido. Nunca pudo nadar por las aguas mediterráneas de su amada España, país que no logró cerrar con éxito su extradición o asilo político. Millones han nacido bajo el nombre de Paul: solo él, McCartney y tal vez Newman serán recordados por los siglos de los siglos.
Edson es sinónimo de 1970; Johan + Franz = 1974; 1986 no existiría sin Diego. Si bien es un tanto deprimente que, mientras las fábulas mundialistas de nuestros padres y abuelos giren en torno a leyendas de carne y hueso, nosotros tengamos que acudir a un ser invertebrado y viscoso; el mejor homenaje póstumo que podemos dedicarle a Paul es aceptar su legado.
De no hacerlo ahora, ¿con qué cara de idiota les explicaremos a nuestros nietos que el mundo se detuvo para asistir a sus predicciones, en vivo y en exclusiva por Sky? ¿Cómo argumentaremos que con la ayuda de esa reliquia llamada Photoshop se convirtiera en el nuevo escudo de la bandera española? ¿Qué contestaremos cuando nos pregunten perplejos cómo es posible que Paul fuera considerado un traidor por aquella generación de primitivos cuando tan solo se trataba de un octópodo?
Miren: si le dedico mi columna a un pinche pulpo se debe a que la grandeza del futbol poco tiene que ver con la línea de cuatro en el fondo, con la marcación zonal en saques de esquina, o con la complejidad de cerrar espacios al rival. El encanto del fut, y el de sus mundiales en particular es su insólita capacidad de colapsar la verbena diaria. De propagarse por igual en lavaderos de vecindad, antros gays, celdas de mala muerte o salas ministeriales. Durante Sudáfrica 2010, Paul encarnó mejor que nadie esa virtud tan balompédica.
Pudo acabar sumergido en el anonimato de un coctel o envuelto en arroz de sushi, y en cambio es el molusco más famoso que verá nacer cualquiera de los siete mares. Descansa en paz, Pulpo Paul.