Hay maneras de empatar. El punto arrancado a Brasil es lo de menos, lo importante son las sensaciones que deja haberlo obtenido de la manera en la que se obtuvo. Sin virtuosismos porque la selección ahora mismo no tiene quien fabrique florituras. Sin apedrearle el rancho a Brasil pues queda claro que Ochoa tuvo bastante más chamba que Julio César. Pero con orden, solidaridad, ambición, dignidad y las tres H indispensables: honor, humildad y huevos.
Desde el primer segundo y hasta el último minuto la selección tomó la iniciativa. Enchufados, mentalizados, ofensivos. Presa de sus limitaciones, claro está que no hay tanto talento como en otras selecciones, ni siquiera si comparamos hombre por hombre a esta selección con nuestros representativos pasados. Pero México jugó como si supiera, con actitud y valentía: empezando por el técnico y acabando en el portero. Si México pudo empatar fue gracias a que jamás buscó el empate. Más allá del resultado, que no deja de pagar un mísero punto, Miguel Herrera dignificó nuestro futbol la tarde del martes en Fortaleza.
No son jóvenes promesas salidas del campeón sub 17. Tampoco son veteranos que buscan saldar deudas de Mundiales pasados. Oribe Peralta no tuvo oportunidades en Morelia, perdió su juventud en el banco de Santos y fue mil veces cedido hasta que por fin un entrenador se decidió a apostar por un futbolista que venía siendo la figura de los entrenamientos desde los 16 años. La historia de Layún es de sobra conocida y la de Memo Ochoa es el relato de un tipo que se atrevió a triunfar en un futbol donde reina la comodidad y la cobardía. Oribe tiene 30, Memo 28 y Miguel 26. Viven su primer Mundial (en el caso de Ochoa, primer Mundial en la cancha) en la cúspide de sus carreras y tras librar el doble de obstáculos que la mayoría. El común denominador de la generación de futbolistas que conforma la base de la selección del Piojo es la del triunfo sobre la adversidad.