Raúl Jiménez era un pobre diablo que le iba al Cruz Azul. Lo confiesa con evidente vergüenza, pero con la gallardía y el orgullo de quien ha dejado en el pasado una dura niñez.
Jiménez tenía cierto mundo mucho antes de abordar sus primeros viajes internacionales con las inferiores del América. Su padre, secretario de conflictos en Aeroméxico y su madre, sobrecargo, le acostumbraron muy pronto a no temer a las alturas.
Así las cosas, el jugador más caro en la historia del futbol mexicano no viene de una familia rica, ni pobre. No es un Adonis, aunque tampoco podríamos clasificarlo como feo. No es una torre, pero sí que es medianamente alto. No es un héroe olímpico, pero bien ganada tiene su medalla. Lleva una vida discreta, lejos del alcance de los reflectores… y sin embargo, la sombra del extintor aún acecha su presunta inocencia. Pocos le idolatran y aún menos lo detestan, detalle particularmente meritorio, tratándose de un producto americanista. Jiménez es tan desabrido que ni apodo tiene. Y su segundo apellido no está almacenado en la memoria de nadie.
En el Estadio Azteca, contra Panamá, metió un gol de mayor belleza e importancia que aquel de Manolo Negrete ante Bulgaria. Aunque claro, a Raúl le deben su placa conmemorativa por haber evitado el apocalipsis.
Raúl Jiménez Rodríguez tiene un don: aparece cuando más le necesitan, cuando nadie nota su presencia. Sus manifestaciones puntuales llevaron al América al bicampeonato sub 20. Su inadvertencia le permitió encaminar las victorias sobre Pumas y Monterrey en los partidos de liguilla previos a aquella legendaria final contra su otrora amada Máquina. Con el Benfica ha goteado goles sin prisa, pero sin pausa. En Champions puso contra las cuerdas al Bayern y eliminó al Zenit. En Liga, sus goles de abril en campos de Académica y Rio Ave fueron vitales para la conquista del título.
Todo lo anteriormente expuesto, aunque loable, no alcanza para valer 22 millones de Euros… a menos de que en las negociaciones esté implicado un truhán del calibre de Jorge Mendes, quien casualmente se compró un día el 50% de la propiedad de tan oportuno futbolista. Era una apuesta segura que el magnate portugués no iba a perder.