“Fue un asalto”, mentía Michel Bauer… “El primero en llegar al hospital fue el futbolista Ribery”, reseñaba el reportero vía telefónica en alusión al también mediocampista Riveros. Todo era confusión cuando desperté este lunes, lo sigue siendo ahora que escribo mi columna, y persistirá cuando ustedes la lean.
¿Ejecución premeditada a cargo de un sicario, o agresión espontánea de un trastornado? ¿Ajuste personal de cuentas, u obra del crimen organizado? La única certeza es que Salvador Cabañas estaba en un sitio de alto riesgo, a una hora de alto riesgo, en una zona de alto riesgo, y en una ciudad de altísimo riesgo. Eso elevó considerablemente las probabilidades de que ocurriera desgracia semejante.
Los futbolistas no pueden hacer lo que les dé la gana en su día de descanso. Primero, porque son deportistas profesionales las 24 horas del día; no solo cuando entrenan o disputan algún partido. En sus vacaciones, una vez cumplidos los compromisos de la temporada tienen derecho a desvelarse todo lo que quieran, pero a mitad de un torneo deben procurar su estado físico, que es la materia prima de cualquier club de futbol. Estar a las 5:30 AM en un bar, nunca mejor dicho, de mala muerte no encaja con esta ética.
¿Encontrarán al culpable? Esta película de terror ya la vi varias veces, y me sé bien el final: ambiguo, inconcluso, indignante. En los próximos días y meses nos contarán descabelladas teorías conspiratorias, chismes de lavadero que pretenderán atar cabos, y que nos ahogarán en especulaciones mientras las autoridades buscan evidencias por un tiempo indefinido; hasta el mal día en que el caso Cabañas se archive en el mismo cajón en donde duermen las irresolutas investigaciones de Colosio, Posadas Ocampo o Paco Stanley… con las mismas dudas del primer día.
Jamás deseé tanto estar equivocado.