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Ya valió, belga

En Bélgica casi nadie se siente belga. A sus ciudadanos les separan fes, culturas e idiomas distintos dentro de un Estado sin historia ni identidad propias, construido artificialmente a punta de belgazos como Lukaku, Fellaini o Vertonghen.  

A la población, su país le importa tres kilos de belga (uno valón, otro flamenco y otro de habla alemana), salvo cuando juega la selección. Si de futbol se trata, ahí sí todos quieren ser belgas: Adnan Januzaj, por ejemplo. 

El otrora niño maravilla del Manchester United pudo elegir entre representar a las selecciones albanesa, serbia, turca, kosovar o croata. Pero al final, se fue a la belga. El ahora jugador de la Real Sociedad por fin se ganó su llamado en un equipo donde todos, independientemente de su origen, son bien belgas. Incluso Benteke, a quien ya se lo había llevado la belga cuando la selección de su natal Congo se enteró de su existencia.

Después de que a Marc Wilmots lo mandaron a la belga, sus resultados fueron insuficientes: llegó a cuartos de final en el Mundial y a cuartos de final en la Euro, pero jugando de la belga, que curiosamente, es la peor de entre todas las formas. 

¿Qué belgas quieres?, le preguntaron al técnico Roberto Martínez, que llegó al relevo. En los primeros que pensó fue en los hermanos Eden y Thorgan: esos hijos de la belga Carin Hazard, delantera que se retiró del futbol profesional tras embarazarse del hoy astro del Chelsea. Ellos, más futbolistas tan belgas como De Bruyne, Mertens y Courtois constituirían la  base de una selección en donde no falta alguno que otro jugador pasado de belga como Radja Nainggolan, de descendencia indonesia. 

Si fuera club de futbol, Bélgica tendría ahora mismo una constelación de cracks, cuya nómina sólo sería superada por Real Madrid y Barcelona. Aún así, de cara al Mundial, las selecciones de Brasil, Alemania, España y Francia tienen aún mejor pinta y son las grandes favoritas para Rusia 2018. Aunque sumamente respetuoso de todos los gustos, a mí no me atrae tanto la belga.