Apenas un metro separa las paredes de las estrechas escaleras que bajan al campo desde el vestidor. A mitad del camino cuelga un escudo del equipo enmarcado a la antigua. “This is Anfield” reza el cuadro por encima de los jugadores. No es un módulo de información, ni un mensaje de bienvenida, sino más bien un letrero de advertencia del tipo “Cuidado con el perro” o “Se ponchan llantas gratis.”
La grandeza del Real Madrid es material. Basta contar los títulos en su vitrina para constatar que se trata del club más ganador de Europa. La grandeza del Barcelona es más bien abstracta: idealista, estética, visual. Ambos basan su histórico esplendor en elementos tangibles, a diferencia del Liverpool.
El Liverpool es un equipo histórico: ganador y ofensivo. Pero los elementos místicos que lo componen no se miden con números ni se exponen con palabras. Su esencia particular siempre trascendió los malos resultados y crisis económicas.
Desde 2006 los Reds fracasan religiosamente cuatro veces al año. Luis Suárez ha tropezado con muchas y repetidas piedras, pero aplacar la tentación de irse durante el pasado agosto fue el acierto de su vida. Alcanzado cierto estatus, a este club no se le abandona. Quien lo ha hecho, cegado por la ambición, ha sido condenado a caminar solo por el resto de sus días. Tal es el caso de Michael Owen o Fernando Torres.
“Walk on through the wind, walk on through the rain, though your dreams be tossed and blown.” Camina a través del viento y de la lluvia, sin importar que tus sueños se hagan chicharrón. “Hold your head up high, and don’t be afraid of the dark; at the end of the storm there is a golden sky…” Las estrofas previas al coro del himno más famoso del futbol son premonitorias. Mantener la cabeza en alto, sin miedo a la oscuridad. Tras 23 años de tormenta, por fin las nubes despejan el cielo dorado de Merseyside.
Ganen o no esta Premier League, Anfield siempre sonará mejor que Sinatra. La gloria del Liverpool es eterna, no requiere actualizaciones.