En una portería, el guardameta del mejor equipo del mundo: diez años de titularidad en España, dos trofeos Zamora y una decena de títulos en su haber, incluyendo Champions League y Copa América. En esta otra, el portero suplente de un equipo de media tabla, en su trayectoria suma un descenso en Francia y 245 anuncios comerciales. Si fuera combate de box, emparejar rivales tan dispares sería un fraude, si no un crimen.
A la edad que hoy tiene Jesús Corona, Alexis Sánchez ya llevaba una temporada en el FC Barcelona, tras haber triunfado en Chile, Argentina e Italia. Mientras Andrés Guardado es uno de los mejores futbolistas de la Eredivisie, tras no dar la talla en España y Alemania; Arturo Vidal se ha tragado Bundesliga y Serie A. Por algo uno es Principito y el otro, Rey Arturo.
Sin embargo, los otros 16 profesionales de la patada, ocho por equipo, tienen un nivel más o menos similar. Si bien en las cuatro grandes Ligas de Europa, juegan el triple de chilenos que de mexicanos; la razón principal de la distancia entre una selección y otra se llama tiempo.
Como México en 1990, Chile también fue avergonzado ante el mundo y descalificado del Mundial 1994. Tras la milagrosa generación espontánea de Marcelo Salas e Iván Zamorano, con el nuevo siglo llegó la debacle. Cinco técnicos en los últimos seis años no la llevaban a ninguna parte. Era una selección sin resultados, confianza, ni estilo. Y un día, a diferencia de México, Chile se cansó de hacer las cosas mal.
En 2007 hicieron una apuesta arriesgada: hay que aguantar a un huracán como Marcelo Bielsa y encima, pagarle. Cuatro años fueron suficientes para instalar una semilla que marcó un antes y un después en el futbol chileno. Luego, tras dar un torpe bandazo con Claudio Borghi, la llegada de Jorge Sampaoli no sólo cosechó la siembra de Bielsa, sino que mejoró la fórmula. No fue fácil: tuvieron que soportarlo cuatro años y ver cómo se largaba a la mala, pero para entonces su obra estaba consumada y hoy, el nombre de quien dirija a Chile es lo de menos pues apenas ha de administrar un edificio perfectamente cimentado. Y ojo: no se trata de jugar el quinto partido pues Chile, al igual que México, siempre pierde en octavos. Se trata de rendir al límite de tus capacidades, de tener un estilo definido, de enorgullecer a tu afición, de un día salir a jugar de visitante y conseguir la goleada más importante de tu historia contra un rival tan importante como México.
Chile nos saca nueve eternos años de ventaja: el 0-7 es duro, pero también lógico. Y sobre todo, justo.