Todo tiempo pasado fue peor. Es un hecho que la mente inteligente no puede debatir, aún en estos repugnantes días. El índice de la población mundial que vive en pobreza extrema es indignantemente elevado y a la vez, menor que siempre. Sufrimos una pandemia que hemos manejado con división y torpeza, pero no podemos ignorar que enfermedades aún peores que azotaron a la población del pasado han sido erradicadas. El costo real de la comida y los electrodomésticos es claramente menor que antaño. Nos podemos comunicar en tiempo real con cualquiera en cualquier parte del mundo. Y prácticamente gratis.
Ni siquiera tenemos que invocar tiempos oscuros, sin electricidad ni servicios públicos. Hace mucho menos de cien años las mujeres no tenían derecho ni siquiera al voto, los negros debían ceder a los blancos sus asientos en el transporte público, los maestros golpeaban y humillaban a los niños. Hay menos guerras, la esclavitud ya no está de moda, el honor no es tan pobremente interpretado y sobrevaluado; hay mucho menos analfabetismo y regímenes tiranos, mayor espacio para la rebelión y el desacuerdo. El humano es cruel, pero no como antes. Y eso sí: la evolución en cámara exasperantemente lenta ha visto también un incremento en la delincuencia en una minoría de países y la devastación del todavía precioso planeta en que nos tocó vivir y que, con todo y todo, sigue siendo azul.
Todo era mucho más feo en ese pasado de casas con paredes tapizadas, aunque nuestra naturaleza melancólica logre cegarnos y enfocarnos en lo poco que sí era mejor: como el futbol. Así como tenemos la inclinación de abogar por nuestra patria y religión pese a todo, defendemos a nuestra generación con idéntico e infundado sentido de pertenencia. No importa quién fue mejor entre Pelé, Maradona y Messi, sino cuándo los viste. Pregunta a los baby boomers y te dirán Pelé, la generación X no dudará en señalar a Maradona y los millennials libres de resentimiento se inclinarán por Messi. Ocurre que de niños no tenemos referencias pasadas, lo que vemos es automáticamente el todo y mientras pasa el tiempo y vemos más y más, nos queda una perspectiva adulterada de aquello que vimos primero y que inconscientemente seguimos asociando con el todo.
Filosofía barata aparte, determinar quién es mejor que quién en un deporte colectivo resulta inviable. Depende de la posición del campo, del equipo, las características del juego durante el tiempo que intenta analizarse, las metas alcanzadas en club y en selección, etc… Miren lo que ocurre en el tenis: es un deporte individual, sus tres exponentes más grandes de la historia coinciden en el tiempo, se han enfrentado cien veces entre ellos en distintas superficies y aun así, en este panorama idílico para determinar al mejor de la historia, nadie saca conclusiones convincentes.
Hace mucho tiempo que en la privacidad de las redacciones deportivas es un ejercicio común debatir quién morirá antes entre Pelé y Maradona. El acta de nacimiento permite intuir que el brasileño será el primero en dejarnos, pero el cuidado con el que ha tratado el argentino a su cuerpo, deja margen a la remontada y reduce al máximo la línea de apuestas.
En cualquier caso, es una gran noticia que este octubre ambos inmortales sigan alargando su expectativa de vida terrenal, gozando de relativa salud. Pelé acaba de cumplir 80 años y cuando lean esto lo más probable es que Maradona ya tenga 60. Algo tienen los números redondos que nos incitan a repescar discusiones eternas. Pero antes de opinar quién fue el mejor jugador de todas las épocas, deberíamos tener claro cuándo fue más difícil jugar al futbol y por lo tanto, cuándo tuvo más mérito ser el mejor.
Por un lado, ser el número uno en estos tiempos implica mayor demanda física y mental. No solo Cristiano Ronaldo y Messi están mejor entrenados que Pelé y Maradona para jugar bien al futbol, sino que sus contrincantes de cada partido también lo están y representan un mayor reto. No solo en los ámbitos físico y anímico, sino también en el táctico: sus rivales, a diferencia de los de Maradona y Pelé, están mejor preparados para contrarrestar su extraordinaria habilidad.
Por otro lado, el futbol de antaño ponía las cosas menos fáciles. El balón, los zapatos, los campos de juego, la indumentaria en general eran más obstáculos que trampolines. Y la ausencia de tantas cámaras por todos los costados, beneficiaba tácticas de intimidación cavernaria. El reglamento de hoy es mucho más estricto y además ha relajado la regla del fuera de juego. Antes de los ajustes era fácil para los defensores adelantar la línea y arrastrar al talentoso lejos de la portería. Los matices relacionados al fuera de juego pasivo han facilitado el trabajo de los grandes de nuestros tiempos.
Por último, la distancia entre los equipos top y el resto es mayor en estos días. Por lo tanto, aquellas individualidades que juegan en los grandes equipos están mejor rodeados de jugadores similares que elevan automáticamente la calidad del juego, contribuyendo así a un mejor palmarés. Eso ciertamente explica parte del porqué Messi ganó el doble de cosas que Pelé en club, más no en selección.
Este remedo de columna científica-filosófica quiere recordarles que hemos visto jugar, cuando mucho, al 20% de los grandes futbolistas de la historia. Y sacar conclusiones absolutas con tan pequeña muestra no es apropiado. Reducir la historia del futbol a la historia de los Mundiales es aun más ridículo: el Mundial se juega uno de cada 48 meses. Que sea el evento más trascendente del deporte no implica que a la vez represente apenas el 2% de la historia moderna del futbol. Si reducimos todo a ese 2%, ahí sí es fácil: Pelé fue el mejor de la historia… de los mundiales.