La afición es lo más importante, repiten todos los futbolistas. Pero ningún jugador en la historia moderna ha tomado en cuenta el nivel de la afición a la hora de valorar a qué equipo emigrar. Si la afición fuera realmente lo más importante, todos soñarían con jugar en el Borussia Dortmund.
Cuando un equipo pierde, el entrenador y sus jugadores responsabilizan al árbitro entre a veces y casi siempre. Del otro lado de la moneda, nunca de los nuncas un ganador le ha reconocido al silbante su determinante papel en cualquier polémica victoria.
Si un árbitro se deja engañar y pita un penal que no era, es perseguido durante semanas por su error involuntario. La condena al pelafustán que le engañó al tirarse un clavado para robar malamente los puntos del rival nunca dura más de dos minutos.
La Liga de Campeones no tiene formato de liga, sino de copa. Y es disputada entre una minoría de 15 clubes campeones de sus países y una mayoría de 17 no campeones.
Cuando la Champions era jugada exclusivamente por campeones no se llamaba Liga de Campeones, sino Copa de Europa. Cuando a la Copa de Europa empezaron a asistir subcampeones, terceros y cuartos, justo entonces, le cambiaron el nombre a Liga de Campeones.
En Europa siempre ganan los mismos y necesitarían de una Liguilla que empareje la competencia. Pero no la tienen. En México nunca hay un líder general que repita, la competencia es tan pareja que no necesita Liguilla. Pero la tienen.
Los comentaristas se quejan de que los jugadores no dicen nada relevante en las entrevistas. Y cuando uno medio dice algo, tergiversan sus declaraciones, juzgan, se burlan y, en definitiva, lo orillan a no salirse nunca más del laberinto de lugares comunes.
Los entrenadores se sienten tan importantes que suelen cargar con la responsabilidad de la derrota. Pero cuando ganan, dejan de ser relevantes y todo ocurre gracias a los futbolistas, que son los que juegan.
El futbol se teje con puro hilo de contradicción e incongruencia. No podía ser de otra manera un fenómeno social en el que se nos va la vida, aún cuando somos plenamente conscientes de que el resultado no va a alterar en lo más mínimo nuestros días.