Nació en Alagoas, norte de Brasil como Képler Lima Ferreira; hoy se llama Pepe y es portugués. De comportamiento instintivo y grosero, su actitud en la cancha encaja perfectamente en la tercera definición que la Real Academia otorga al término “animal”. Ojo, lo digo con respeto porque quizá se trate del más fino en su especie: 30 millones de Euros le costó al Madrid. Capaz de hacer un claro penal y desahogar su frustración pateando a diestra y siniestra al indefenso compañero de profesión que yace en el área (Vs Getafe, 2009) o de mostrar en diez minutos su catálogo de codazos, planchas a un metro del suelo y patadas voladoras sin siquiera ser amonestado (Vs Lyon, 2011). Lejos de encerrarlo en una jaula, el Real Madrid haciendo gala del señorío que siempre le ha ocupado exhibir, optó en los últimos días por renovarle su millonario contrato. Pepe, mudando 30 metros adelante su perímetro de intimidación fue la piedra angular para que su equipo equilibrara fuerzas con el Barcelona en los partidos de Liga y Copa. Heroicamente se las arregló durante 275 minutos para no ser expulsado, hasta que dejó de regatear a su destino y la tarjeta roja convirtió al autobús blanco en pútrida calabaza.
Bajo el nombre de José Mário dos Santos nació en Setubal el hoy técnico del Real Madrid. Mucho mejor persona que Hitler y bastante más listo que López Obrador, Mourinho es también un manipulador de masas por excelencia. Aplicando a rajatabla la teoría “el que no está conmigo está en contra de mí” en solo unos meses ha logrado galvanizar en su persona cien años de odio deportivo entre los dos grandes de España. Es el auténtico ídolo del Real Madrid, muy por encima de Casillas o Cristiano Ronaldo; mientras en Barcelona es menos grato que Franco. Además de un extraordinario traductor, el mundo perdió a un peligroso político cuando José optó por convertirse en el mejor entrenador del planeta. Hace, deshace, dice y desdice. A Mou se le perdona todo: desde sus planteamientos ultra defensivos, hasta sus conferencias de prensa ultra ofensivas. Porque siempre gana algo… aunque sea la Copa del Rey.
Josep Guardiola i Sala nació entrenador en Santpedor. Como a algo se debía dedicar en los primeros 35 años de su vida, jugó al futbol para matar el tiempo… bastante bien, por cierto. Entre otras gracias, Pep convirtió a Messi en el mejor jugador del mundo al reinventar su posición en el campo; sacó de su área de confort a Xavi e Iniesta al decidir que ya era hora de que los futbolistas de la Masía dejaran de esconderse tras las faldas de Rivaldo, Ronaldinho o el crack en turno. Transformó al último defensa de la nómina del Manchester en novio de Shakira, salvó las carreras de Pedro y Busquets, pulió el estilo del Barcelona hasta convertirlo en el más atractivo de todos los tiempos y demostró que, así como la línea recta es el camino más corto entre dos puntos; la mejor forma de llegar al triunfo es jugar bien, pulverizando así el eterno debate entre ganar o gustar. Logra motivar a sus futbolistas cada partido, como si se tratara del único. Lleva tres ligas en sus primeros tres años y asoma su segunda Champions. Ha roto todos los récords contables (puntos, victorias, goles) y tácitos (belleza, toque, buen futbol). Genuino y sin guión premeditado como el de su antagonista, Guardiola siempre dice lo que siente: “Nos vemos mañana a las 20:45, ‘Yozé’”… Dos horas después la guerra tenía inobjetable vencedor.