Los equipos grandes tienes muchas obligaciones y ningún derecho. Los equipos grandes llenan sus estadios, no los de otros. Los equipos grandes conjugan en presente perfecto, no en pretérito eterno. Son noticia cuando pierden, no cuando ganan. Ejercen su grandeza, nunca la presumen. La condición no es nacer grande, sino jamás dejar de crecer.
Un equipo grande ha de apostar por un técnico de pies a cabeza, con más cabeza que pies de preferencia. Para encontrarlo no teme a lo desconocido por lejano, y cuando lo tiene, no lo suelta más. Lo mismo aplica para sus futbolistas. Un grande compra jugadores sin mirar el precio, pero su secreto no es llevarse a lo mejor, sino mejorarlo.
Los Grandes juegan competencias contra equipos de su magnitud o escala, no tienen tiempo de hacer acto de presencia en torneos de reintegro. Los equipos grandes lloran o celebran a volteretas su pase al Mundial, mientras otros se matan a penales por jugarse contra Atlante la Copa MX.
De avanzar, Santos conseguiría su octava final en cinco años. De hacerlo Monterrey, lo lograría por séptima ocasión en los últimos tres. Verlos disputar su quinta final en lo que llevamos de década sería un martirio, dicen. Claro: la última final entre “Grandes” data de la época de los dragones: 1989. La inmensidad de América, Cruz Azul y Chivas es tal, que se han jugado ya 40 finales de liga sin que éstos coincidan en el campo de batalla.
Ya que la final soñada colmaría la democrática preferencia a lo largo y ancho de 29 estados y un Distrito Federal; a amarillos y azules les toca colmar expectativas, estar a la altura de su convocatoria, parecerse de una vez por todas a lo que un día fueron, o dicen que siguen siendo. De miércoles a domingo han de amedrentar a sus rivales, aplastarlos con billete y camiseta, enseñarles que el único poder es el de la excelencia deportiva. Porque todos sabemos que hay dos equipos grandes en semifinales. La sospecha es que la grandeza legítima se porta a rayas.