Profanaron su tumba, descuartizaron sus restos, vilipendiaron su legado. El Barcelona era ya un cadáver mucho antes de vérsela con los alemanes. Lo único que tenía que hacer el Bayern era firmar el epitafio, pero prefirió echarse una firma en pleno sepulcro. No era necesario.
La muerte del Real Madrid escuece tanto o más. No es lo mismo sufrir el fallecimiento de un ser querido tras una larga vida (se sabe que nada ni nadie es eterno) que dejarse abofetear por el estremecedor imprevisto. El Pep Team está muerto tras una vida plena; el Moudrid murió sin haber cumplido sus sueños. La diferencia hasta sus respectivos Waterloos alemanes fue que hasta ayer el Barça sobrevivía más que vivir. El dolor de su agonía ha sido progresivo. Por más que nadie vislumbraba un fin tan penoso, su muerte se esperaba en cualquier momento; mientras que el Madrid, todavía con algunos achaques, parecía repuesto de los males sufridos a principio de temporada. Hasta que púmbale: infarto al miocardio en Dortmund. Casi la libra, pero ya no salió de terapia intensiva.
Por segunda Champions consecutiva, los mismos soberbios que cruzaban los dedos para que los equipos españoles no se cruzaran en semis y así pudieran disputar la gran final, se topan con que hay vida, y de la buena, más allá de Madrid y Barcelona. No aprenderán ellos ni tampoco los abonados a las teorías conspiratorias, con argumentos que se caen una y otra vez. “La UEFA jamás permitirá una final entre equipos alemanes”, decían. Por más que sus intrigas se desmantelen año con año, ya volverán a la menor oportunidad para revelar que todo está amañado y decidido para que pasen Barcelona o Real Madrid porque Platini así lo exige.
Pero no. La cita no será en Wembley, ni en mayo como tantos soñaban. Eso sí, para agosto ya se avecina una nueva Supercopa a ida y vuelta Madrid – Barcelona. ¿Y a quién le importa? El nuevo clásico universal está en Alemania.