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Un Skinhead bueno

Un rebelde camina por el paseo marítimo en la bella y apacible costa cantábrica. Cabeza rapada. Rostro ambiguo. Mil y un lunares. Estatura baja y espalda ancha. Nadie apostaría que tras esa pinta se esconde una referencia del futbol mexicano. Pero él siempre gana contra corriente.

Desde los tiempos en que rizos rubios sobre poblaban su cabeza, ya se le había acercado uno de los muchos Nostradamus con que se toparía: Dedícate a estudiar _le advirtió_ jamás debutarás en Primera. Hizo caso a medias: siguió estudiando, pero pidió una segunda opinión en Pumas.

Y debutó. Mucha garra, poca técnica y nula llegada a gol. “Ni en sueños jugará en Europa”, murmuraron los que saben.

Harto de contemplar cómo sus compatriotas regresaban de Europa sin apenas haber llegado, cogió una maleta, tomó un avión y se probó con el Benfica. Lo rechazaron. “Este aguantará menos tiempo que Villa o Del Olmo”, se rieron.

Él se lo tomó en serio: Fichó, jugó y ascendió con el Tenerife, para luego no entrar en los planes del equipo en Primera división. “Adiós al sueño”, pensaron en voz alta.

Entonces, en lugar de dejarse caer al cómodo pajar que le aguardaba en México, decidió aferrarse al último hilo que lo mantendría colgado del futbol europeo. La cuerda fue lanzada por el Polideportivo Ejido, un equipo risible hasta en su nombre. “Jamás lo fichará un equipo de Primera División”, fanfarronearon.

Y no sólo lo ficharon, sino que debutó en un histórico: el Sevilla. Parecía que al fin había vencido a todos los fantasmas. Hoy sabemos que sólo era el principio. En los últimos 18 meses apenas jugó 10 partidos. Para entonces, las voces ya eran un clamor: “Que no te gane el orgullo chaval; firma con el América y resuelve tu vida y la de tus nietos”. Ya habría tiempo para ello.

Paciente. Prudente. Perseverante. A diferencia de Aguirre o Márquez, no es la capacidad ni el talento lo que le mantiene en la mejor liga del mundo. Ochoa, Palencia o Cuauhtémoc bien podrían haberse ido hasta 14 veces, pero él se resistió a los fáciles encantos del regreso. Y a los 25 años tiene su recompensa.

No por convertirse en el mexicano que más camisetas ha defendido en el futbol español, sino por ser respetado en un país que eleva la crítica hasta convertirla en dogma. Verdad que la mayoría de los españoles no le conocen, pero nadie que lo haya visto se atreve a decir que es mal jugador.

Santander es su nueva aventura. Quizá sea su merecida consagración; tal vez, un nuevo desencanto. En cualquier caso, más vale no hacer pronósticos con Gerardo Torrado. Porque se saldrá con la suya. Siempre lo hace.