Más que tres goles, más que tres puntos… o seis; más que el orgullo, más que reivindicarse, más que el cambio de un ciclo, más que un orgasmo. Más que más.
Entender qué significó el Barça 3, Madrid 0 para el barcelonismo, es haber paseado alguna vez por Las Ramblas, verse salpicado por los comercios, los kioscos, las fachadas que terminan por empapar de un sentimiento tan irracional como concienciado, pasional pero reservado, regional y, a la vez, mundial. Sin impermeable que valga.
Y es que el FC Barcelona penetró en la sociedad catalana del siglo XX con la misma fuerza que la arquitectura de Gaudí y la música de Serrat hasta convertirse en una seña de identidad, una ilusión en tiempos reinados por el absurdo. Hay quienes le llaman “victimismo”. Para mi es auto afirmación.
Francisco Franco había aprendido bien de sus camaradas Hitler y Mussolini en descubrir al futbol como manantial propagandístico y escogió al Real Madrid para maquillar las miserias de su dictadura.
Saber si Franco se aprovechó del Madrid o si el segundo fue beneficiado por el primero escapa de mis manos.
Lo que sé es que si las tropas dictatoriales no hubiesen asesinado a uno de sus presidentes, si intereses políticos no le hubieran robado a un tal Di Stéfano, si los arbitrajes no estuviesen eternamente subordinados al enemigo; el Barcelona sería un club más galardonado, pero no sería el catalizador de significantes que es ahora.
El mosaico exhibido por la grada antes del saque le recordó al Madrid quién es el club con más socios del mundo. El baile posterior fue una puesta en escena que demostró que la receta del éxito no se circunscribe exclusivamente a medios maquiavélicos.
Sin embargo, no hay más que rendirse ante las evidencias. Es cierto: 29 ligas y 9 Copas de Europa avalan al Real Madrid como el club más grande del mundo… Pero el Barça es más que un club.