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Carlitos y yo

Hoy volverán a ser mis confidentes. Me cuesta una barbaridad reconocerlo e incluso en más de una ocasión lo he negado en sus caras. No les causará un shock precisamente, porque no se trata de nada que no hayan sido capaces de inferir antes. Sin mayor preámbulo, confieso que sí. La neta, soy medio huevón.

Cuando escribes, o te viene la inspiración, o te vienen las prisas. Y así como a mí me llega la hora cada miércoles de enviar a contrarreloj mi columna, antes del cierre de edición; a Carlos Vela le persigue el cumplimiento de sus deberes como futbolista antes de que sea demasiado tarde: trascender de una vez por todas, no conformarse con que sólo unos cuantos sepan que es el mejor. ¿Qué tiene que ver Vela aquí? ¿No se los dije aún? Es que todo el rollo anterior era para plasmar que Carlitos y yo somos más o menos iguales. Ojo, que a mí no me gusta la peda, ni soy un padrote. Además, aunque viví un año en España, jamás se me pegó el “azento” como a él. La analogía es estrictamente profesional.

Obviando la fama y la fortuna que nos separan, Carlos Vela se dio a conocer a la misma edad en que yo entré a TV Azteca. José Ramón fue mi Arsene Wenger. Créanme que las expectativas gestadas en torno a los ‘niños maravilla’ son bastante asfixiantes, por no hablar de las comparaciones: Carlitos no era Hugo Sánchez, y yo no era André Marín, por más que nos fastidiaran con semejanzas. El Arsenal se lo llevó a Inglaterra, mientras la BBC de Londres ignoró mi existencia. Y si me hubieran llamado, seguramente me habría costado tanto como a él.

Hay que meternos en la cabeza que Vela no es un goleador. Olvidemos Perú 2005 con la misma facilidad con la que se nos barre que a pesar de tanto tiempo transcurrido, Carlitos tiene sólo 22 años. No pidan que anote 30 goles por temporada, como no esperan de mí que les escriba todos los días del año. Exíjanle, eso sí, que mantenga el nivel mostrado en la Real Sociedad. Que sea titular, que se distinga de los otros, y que sea un poquito menos güevón. Porque eso no se quita.