«Sería tan mexicano perder contra Corea…» Me lo dijo un amigo en plenos días de euforia, consumada la victoria sobre Alemania, en aquellos tiempos en que muchos soñaban y otros tantos vivían aterrados con la posibilidad de que pudiéramos ganar el Mundial.
«No la vayas a fallar, pendejo…» Se lo dijo mi cuñado a Carlos Vela, o mejor dicho al monitor que proyectaba la imagen de Carlos Vela, cuando se prestaba a lanzar el penal contra Corea. «No lo vayas a fallar, pendejo…» Lo dijo condescendiente y sin la menor simpatía, anticipando el desastre que, creía, estaba por ocurrir. Aún tras el juegazo ante Alemania, la desconfianza se mantenía intacta a la hora buena.
Poco ante de ello el principal problema, nos contaban, era el de las rotaciones. El Mundial se empeñó en dejar mal parado a todo aquel que metió su cuchara en el tema. Los obstinados inquisidores nunca sabrán explicar cómo el día en que Juan Carlos Osorio dejó de hacerlas fue zarandeado por Suecia. Y sus eruditos defensores jamás podrán aclarar por qué, justo en la Copa del Mundo, el colombiano olvidó su prioridad de adecuar cada alineación a las características del rival.
El caso es que nadie creía posible una victoria sobre Alemania… y ganaron. Muchos sospechaban que la irregularidad típica de nuestro futbol nos haría, como mínimo, empatar ante Corea… y volvieron a ganar. Luego contra Suecia la mayoría veía victoria, los más reservados sentíamos empate y los vende patrias de toda la vida olían derrota. Nadie, eso sí, calculaba goleada sueca… y ya ven.
Tras tres años, once meses y dos semanas de darle vueltas al asunto, la selección escribió su predecible y anunciada historia de siempre en octavos de final. Pero no se fue de Rusia sin antes dejarnos a todos, en un momento u otro, como perfectos idiotas.