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Periodismo Deportivo

Dios da y Dios quita

Jugar magistralmente a la pelota es un don al alcance de muy pocos. Una vez cada quince o veinte años aparece en escena un jugador que logra domar al volátil balón y convertirlo en una obediente y articulada extremidad más de su cuerpo. Cada deporte tiene a su Roger Federer, Michael Jordan o Diego Armando Maradona: ejemplares inigualables, más no necesariamente únicos. 

Maradona no lo fue por su manera de jugar al futbol, cuya altura sideral ha sido comparable a la de dos o tres extraterrestres, antes y después. Lo que realmente hizo único a Diego fue su capacidad sobrenatural para aflorar en los demás todas y cada una de las emociones y sentimientos que definen a los humanos. Durante sus 44 años de vida televisada, Diego despertó profundo interés, orgullo, admiración, amor, devoción, placer, euforia, sorpresa, ilusión, nostalgia, miedo, rabia, asco, risa, culpa y pena ajena. 

Alegría y tristeza; pasión y compasión; agradecimiento y escarnio. Todo apilado en una caótica contradicción, perfectamente equilibrada entre el niño y el adulto, el dios insurrecto y el hombre ostentoso, el héroe y el antihéroe, la deidad y la sátira. Su muerte temprana venía anunciándose durante años y aún así, nos impactó a todos por igual como un yunque caído del cielo. 

Ni joven ni viejo, Maradona claudicó justo a la mitad del sinuoso camino a los 120. Diego lidió con muchos archienemigos: la FIFA, los italianos del norte, el gobierno de los Estados Unidos y el más poderoso de todos y, sin duda, quien más daño le hizo: él mismo. 

Alteró a placer el orden de las cosas. Donde Ben Johnson, Lance Armstrong y tantos otros se drogaron para ganar; a Diego, lo único en que le ayudó la droga, fue a hacerle perder todo. Su magia estaba en los pies, pero su gol más famoso fue con la mano… como si la canasta más recordada de Jordan hubiera salido de su empeine. Si la vida da revanchas, Maradona fue siempre quien le ofreció revanchas a la vida. Su caída en la final de Italia 90 contra la Alemania a la que había derrotado cuatro años antes, es un ejemplo. Caer ante la muerte tras haberla gambeteado media docena de veces, es otro.  

Lo ganó todo, pero nunca dejó de ser un perdedor. Como hombre víctima de sus circunstancias, Maradona fue un indeseable. Como héroe mitológico no puede ser más perfecto.