Nada cambiaría si regresáramos a 2008. Nada malo ni contraproducente ocurriría, digo yo. Seríamos diez años más jóvenes, para empezar y ¿qué malo puede haber en ello?
Todo lo que se ha escrito en esta columna seguiría más o menos igual si volviésemos al status quo en el que ya nos instalábamos en 2008.
En 2008, aún antes de estrellarnos otra vez con Argentina y Holanda, ya estábamos hartos de caer eliminados al cuarto partido de cada Mundial.
En 2008, Rafael Nadal y Roger Federer jugaban partidos de trámite en cada Grand Slam hasta encontrarse en la gran final… tal y como en esta misma semana de 2017.
En 2008 Cruz Azul ya no hallaba nuevas maneras de hacer el ridículo… y a pesar de todo, sigue en ello.
En 2008 Tom Brady y Bill Belichick volvían otra vez al Super Bowl y habían completado su obra… y eso que, sin saberlo, apenas empezaban a labrar su dinastía.
En 2008 Real Madrid garantizaba al antimadridismo una alegría por año, incapaz de ganar un triplete en toda su historia. Cristiano Ronaldo era el mejor del mundo según FIFA, mientras Lionel Messi lo era para el resto del mundo.
Volver a 2008 no cambiaría en nada nuestra cotidianeidad deportiva. Es más, nos permitiría darnos el lujo de disfrutar de nuevo de la gestación del Barcelona de Josep Guardiola, ese equipo único e irrepetible que no veremos más.
Podríamos trabajar, además, para que el primer presidente negro en la historia de los Estados Unidos no se convirtiese, ocho años después en el último presidente no completamente imbécil de los Estados Unidos. Tendríamos también oportunidad de evitar que aquel dopado compañero de relevos de Usain Bolt abollara una novena parte de la gloria olímpica del atleta más grande de todos los tiempos. Si pudiésemos volver a 2008…