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El mejor Quarterback

Equiláteros, isósceles y escalenos trazados con minuciosa escrupulosidad a la velocidad del sonido. Senos, cosenos, tangentes y cosecantes al servicio del futbol. Los mediocampistas del Barça no son jugadores sino eruditos en trigonometría que se ganan la vida traficando opio para los palurdos que no podemos diferenciar un tetradecágono de un dodecaedro. Da igual lo que nos enseñaron en la escuela, en la práctica la única ley es que la suma del cuadrado de los catetos es igual a una posesión mínima del 75%. 

Muy pronto los libros de texto de primaria reconocerán a Pitágoras, Xavi e Iniesta como los padres de la geometría. Sólo en la videoteca de Alejandría se archivará el legado del gran sabio olvidado: Sergio Busquets.

Hijo de un portero mucho más malo que Víctor Valdés. Uno noventa de estatura y torpe estructura ósea buscando posada en el bosque de los enanos acróbatas. Nacido para fracasar. De un sábado a otro pasó de ser suplente del filial en Segunda B a titular del Barça. Inspiración de Pep Guardiola. Campeón de todo, en cuatro años de carrera ha ganado más títulos que Iker Casillas en su vida entera.

Ubicado en la zona más frágil del Barcelona, al contragolpe sólo le protege su propio trabajo. Siempre aparece en el sitio adecuado para robar carteras y en el momento justo para que Messi y compañía se desahoguen a dos toques. Según qué equipo tenga el balón Busquets se transforma en pared o muralla. Luego, una vez recuperada la esfera ejerce como el futbolista con más criterio del mundo.

Todas las jugadas pasan por sus pies solidarios. Le dan el balón y él decide: corto o largo, horizontal o vertical, por aire o por tierra. Sufre una intercepción por cada cien pases completos. Juega con retrovisor integrado. Recibe una decena de golpes por partido. A veces hasta corre con el balón. Si Tom Brady pretendiera igualar a Busquets, tendría encima que recuperar más balones que JJ Watt y sacar mejores calificaciones que las chinas desde el trampolín de tres metros.

Sergio ocupa el vértice del mejor equipo que verá el planeta. Es el cimiento en donde se eleva la piedra filosofal. Puyol llena el tanque, Xavi echa a andar el motor, Iniesta engrana la transmisión, Messi se sienta al volante y entonces la nave vuela… gracias a las llantas de Busquets.