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El mito de la imparcialidad

No entiendo por qué la gente en general espera que los comentaristas, periodistas, columnistas, reporteros, bufones o como gusten llamarnos enarbolemos el estandarte de la imparcialidad por sobre todas las cosas. Nuestra obligación primaria es la sinceridad y la transparencia. Asegurar lo contrario es hipócrita. Aquellos que se esmeran en agradarle a todo el mundo terminan, con su tibieza, por no gustarle a nadie.

El conocimiento y la pasión tienen que darse por supuestos en el periodista o comunicador deportivo, aunque proliferen por aquí y por allá colegas carentes de ambas. En la industria lúdica, la imparcialidad está sobrevaluada.

La honradez es la que debe llevarse al límite. El asunto de la imparcialidad es incompatible con la pasión. Existen ámbitos periodísticos donde ser imparcial y objetivo sí que es primordial, tal es el caso de las noticias y los reportajes de investigación. Pero en las columnas es menester dar la opinión personal. Y si ésta le grita al mundo que es subjetiva, mucho mejor. De esta forma el lector queda advertido y es su decisión si vuelve a leer o no la opinión de quien la suscribe, con base a la empatía que experimente.

Quienes se escandalizan porque alguien como yo se anima a compartir su fanatismo a través de esta vía, y suplican por objetividad… ¿de veras no se dan cuenta que detrás del papel está un sujeto que llevó su pasión a tal extremo que pudo encauzarla hasta el profesionalismo? Luego, cada quien ejerce como quiere, o como le dejan. Hay quienes sencillamente pierden la pasión tan pronto como entran a los medios, otros optan por pensar una cosa y decir otra en el afán de no hacer enojar a nadie. 

Les garantizo que todos los comentaristas tenemos filias y fobias, algunos se las guardan en horas de trabajo, otros creemos que es más sano dejarle claro al mundo de qué lado masca la iguana.