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El otro Tri

Exigimos que México vaya al Mundial, demandamos que lo haga caminando. Y reclamamos que además, nos divierta. Acampamos fuera del Azteca 14 horas antes de la patada inicial, desplegamos recursos humanos y técnicos para la cobertura del evento, debatimos hasta la extenuación cuántos goles hay que meterle al rival en turno para no hacer el ridículo y cuando por fin llega el añorado final de partido, ponemos el rostro severo, rígida la mirada, para que se note lo indignados que estamos porque la selección otra vez no satisfizo nuestro inflexible paladar. No obstante, México está clasificando (sí: la ruta aún es larga, seguramente sinuosa) y por ahora tiene piloto automático hacia Rusia… caminando como tanto nos gusta pedir. Otra cosa quizás no, pero la selección nutre a la prensa más exigente del mundo.

Consumimos el producto balompédico nacional como si hubiéramos ganado seis Mundiales. Compramos lo que nos vendan, seguimos los prepartidos, los postpartidos, los anuncios que nos ponen en el medio de ellos y por lo general, nos chutamos hasta los mismísimos partidos. Compramos camisetas negras o verdes, bebemos Coca-Cola, guardamos nuestros pesos en Banamex y perdemos el tiempo en Facebook vía Movistar. Hacemos que la gallina ponga huevos de oro en dos países. En Estados Unidos arrojamos basura en los córners a un caribeño que apenas tiene dónde caerse muerto y abucheamos el himno del país en el que vivimos. En México le cantamos ole al primer rival capaz de ligar dos pases y enarbolamos la bandera del «Puto» como seña de sagrada identidad que defendemos a muerte por divertirnos y enorgullecernos en partes iguales. Otra cosa quizás no, pero la selección entretiene a la afición más grande del mundo.

Tienen el calendario saturado, grasiento y manchado de partidos moleros. Los bolsillos llenos gracias a la difusión de esa prensa con la que se retroalimentan, aunque sea a base de pura chatarra. Mandan a equipos mediocres a arrastrarse por Sudamérica. Se inventan un semestral torneo de reservas, mal estructurado y nauseabundo al que bautizan Copa MX y consiguen que se retransmita por todos los canales existentes y por existir. Tienen una liga que atenta en contra de los estándares más elementales de competencia, donde el que más puntos gana no es campeón y el más malo no desciende. Prostituyen sin disimulo a los equipos de ascenso al mejor postor, firman impúdicos pactos de caballeros, promueven multipropietarias oligarquías y cuando todo se va a la mierda, que en promedio es una vez al año, se limitan exclusivamente a cambiar al técnico de México. Otra cosa quizás no, pero la selección enriquece a los directivos más torpes del mundo.

Los medios deportivos mexicanos somos generalmente mediocres, desorientamos a aficionados abundantemente mediocres que a su vez, permiten lucrar a directivos mayoritariamente mediocres, quienes le hacen el trabajo fácil a medios mediocres en un círculo de vicio infinito. Como obvia consecuencia tenemos a una selección relativamente mediocre, incapaz de saciar nuestras expectativas. Y aún así, el nivel del Tri es francamente superior al del tri que lo sostiene: medios, aficionados y directivos mucho peores que el Juan Carlos Osorio de en turno.